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La Tienda de Cuero III

Oliver tenía la verga dura mucho antes de que su muñeca despertara. Cuando la chica abrió los ojos lo hizo como si su cabeza le doliera, estaba desorientada, su rostro se deformó en un feo gesto de desesperación cuando por fin se dio cuenta de su situación.

Cuero BDSM

El hombre

Oliver tenía la verga dura mucho antes de que su muñeca despertara. Cuando la chica abrió los ojos lo hizo como si su cabeza le doliera, estaba desorientada, su rostro se deformó en un feo gesto de desesperación cuando por fin se dio cuenta de su situación.

La chica estaba sobre una cama totalmente inmóvil, Oliver veía con diversión cómo la chica intentaba moverse sin éxito alguno. Sus brazos seguían en la misma posición de L y sus piernas estaban abiertas dejando a su coño a su disposición. ¿Era miedo eso que veía en sus ojos? El horror en el rostro de la pelirroja no hacía sino aumentar su belleza.

Carol intentó gritar, pero antes de que siquiera el ruido escapara de su garganta, el hombre le dio una cachetada que le nubló la vista por un segundo. La chica se quejó del dolor, pero Oliver le tapó la boca con su mano, presionando con fuerza. Sentir sus suaves labios debajo de su mano le puso la verga más dura. “Shhh”, le dijo poniendo un dedo sobre su boca. El miedo en sus ojos había sido reemplazado por odio. Intentó decir algo y el hombre le volteó la cara hacia el otro lado con otra cachetada aún más fuerte que la anterior.

“No puedes hablar”, dijo el hombre, tomándola fuerte de la barbilla. Quería que lo viera, pero ella desviaba la mirada más allá de él. “No me hagas cortarte la lengua, hermosa”. La jaloneó duro del cabello, arrancándole unos cuantos pelos en el proceso. “Las muñecas no hablan”.

El hombre pasó un par de minutos peinándole el cabello hasta que estuvo satisfecho. Carol sentía todo el cuerpo entumecido, el traje le apretaba tanto en el tórax que respirar dolía. Quería llorar, pero no le daría el placer a él. No la rompería.

Oliver la acomodó en el borde de la cama, las piernas y brazos hacia arriba, y comenzó a caminar, dando vueltas alrededor de ella, como un depredador analizando a su presa. La chica cerró los ojos cuando escuchó al hombre acercándose. Sintió cómo el hombre se acostó encima de ella, era muy pesado, se sentía diminuta debajo de él.

Oliver le besó el cuello, la perra olía delicioso. Lamió sus clavículas e intentó meterse sus tetas en la boca, pero eran demasiado grandes. Lamió un rato la parte donde sus pezones dejaban un relieve en el traje. El traje resaltaba su pequeña cintura, casi podía rodearla completamente si la agarraba con ambas manos.
Su nueva muñeca era perfecta.

El hombre siguió bajando hasta clavar la cara en su coño; el olor a hembra que emanaba era exquisito y su sabor no se quedaba atrás. Le comió el coño con dureza, sin tener ningún tipo de compasión ni preocupación por la comodidad de su perra. Le podía hacer lo que quisiera, era suya. Su lengua bajaba hasta su culo y volvía a subir hasta su coño. Mordía, chupaba y besaba. Carol solo podía concentrarse en el bigote del hombre raspándola por donde pasaba. El hombre se separó de ella. Cuando Carol escuchó cómo el hombre desabrochaba su pantalón, una lágrima se escapó por fin de sus ojos. Cerrando los ojos con toda su fuerza, se preparó para lo que vendría.

Oliver tenía una verga larga y gruesa, rematada con un arbusto de pelo negro y grueso que tenía años sin recortar. Hacía mucho que no lubricaba tanto, la cabeza de su verga estaba tan húmeda que había dejado una mancha en sus jeans. Puso la cabeza de su verga en la entrada del coño de su muñeca; el calor que emanaba de ella se sentía como la gloria. La maldita perra aprendería lo que un hombre de verdad era capaz de hacer.

Carol se mordió los labios para no gritar cuando el hombre le metió toda la verga de golpe en el coño. No le daría el placer de su dolor, aunque fuera lo único que podía sentir. Oliver le taladró el coño por diez minutos; la tomaba por la cintura para jalarla más hacia él y hacer que su verga llegara aún más adentro de ella. Cuando el hombre le sacó la verga, Carol rezó como nunca antes en su vida. Nunca había sido una mujer religiosa, pero en ese momento rezó; deseaba que el hombre ya hubiera acabado. Luego sintió la verga en su culo. Sentía la cabeza de su verga dando movimientos circulares en su virgen culo, como burlándose de lo que estaba a punto de hacerle.

“Mírame” demandó el hombre, agarrándole la cara con fuerza y dirigiéndola hacia su cara. Carol cerró los ojos, y el hombre le dio una cachetada que le rompió la boca por dentro. “Mírame, quiero que me veas mientras te destrozo el culo”.

El hombre escupió su verga, y así, con solo saliva, comenzó a penetrarle su culito. Carol sufrió centímetro a centímetro sin apartar la mirada del hombre. Su boca sabía a sangre y su mirada se nublaba por el dolor. Oliver lucía fuera de sí, Carol solo sentía repulsión. Cuando el hombre la había penetrado completamente, comenzó a cogerla sin compasión. Cada vez que Carol sentía que había acostumbrado al dolor, el hombre sacaba su verga entera para volverla a meter lentamente enseguida. Cada vez se sentía más dolorosa que la anterior. Dolor era lo único que podía sentir, dolor y odio.

El hombre siguió cogiéndola por otros diez minutos. Carol sentía su culo destrozado. Su dolor se reflejaba en todo su rostro, no podía ocultarlo más. Comenzó a llorar sin poderse detener. “MATAME!” le gritó al hombre “te odio”. Esto no hizo más que hacer que Oliver la cogiera con más fuerza que antes haciendo que por fin llegara al orgasmo. El hombre le golpeó las tetas con cada contracción que daba su verga en su culo al eyacular.

“Límpialo” le ordenó, Carol cerró su boca negándose “hazlo te dije”.

No lo hizo, Carol esperaba la cachetada, no le importaba nada a este punto. Nunca llegó. El hombre le escupió la cara y se fue de la habitación, dejando solo el sonido de una pesada puerta cerrándose tras de él. Las luces se apagaron. Carol quedó sola en esa fría habitación, a oscuras y sin poder moverse.
Oliver no volvió en dos días.

En la oscuridad, Carol tuvo esperanza. El primer día fantaseó con ser rescatada. Se rindió después de haber pasado casi cinco horas gritando. Nadie la oiría, terminó aceptando la idea de que nadie la sacaría de aquí.

No sabía cuánto tiempo había pasado, era muy difícil calcular el tiempo en la oscuridad total. Habían muchos momentos en los que se había quedado dormida por el agotamiento y el dolor de su cuerpo la despertaba. El segundo día, su esperanza agarró otra forma, esperaba morir pronto. Deseaba no volver a despertar. Estaba deshidratada, sentía los labios rotos, estaba delirando, veía luces y colores imaginarios en todas partes hasta que volvió a dormirse.

Despertó cuando todas las luces se encendieron de repente. La luz blanca la cegó por un momento y le causó un dolor de cabeza tan intenso que sintió que su cabeza estaba a punto de explotar. Oliver estaba parado frente a ella y había una jarra grande de agua junto a él. El hombre la sentó en la cama y dijo: “Espero que hayas aprendido que es mejor no desobedecer”. sacó su pene duro de los pantalones “¿Tienes sed?” dijo, golpeándole la cara un par de veces con su pene antes de pasarlo por todo su rostro hasta que terminó en su boca. “Si me haces feliz, tal vez te deje ir algún día”, prometió.
Nunca lo haría.

“Necesitas mantenerte viva si quieres salir de aquí, y para eso, tendrás que beber de aquí primero”, dijo. Carol abrió la boca y el hombre introdujo la cabeza de su pene dentro. “Traga”, ordenó, y Carol obedeció. “Ahora eres mía, igual que otros antes que tú”, dijo antes de empezar a orinar en su boca. Carol tragó hasta la última gota. Luego le dio un largo beso, y Carol lo devolvió. Lo mataría cuando la dejara ir. ¿Él la dejaría ir, verdad?

“Serás la mejor muñeca que haya tenido, estoy seguro de ello”.

Fin

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