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TRES DIAS EN EL PARAISO I

Arturo pasaba ya los cincuenta y cinco, y yo estaba pisando los cincuenta, cerca de cambiar el cuatro por el cinco, iniciando una nueva década de vida.

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Parte 1 de 3

Arturo pasaba ya los cincuenta y cinco, y yo estaba pisando los cincuenta, cerca de cambiar el cuatro por el cinco, iniciando una nueva década de vida.

Nos habíamos conocido de jovencitos por un amigo en común, congeniemos, nos enamoramos, nos casamos.

Compartimos la vida, peleamos muchos problemas juntos y a la par, siempre buscamos la manera de llegar a puerto seguro.

Fuimos padres, una vez, otra vez, y una tercera, niña, varón y niña, crecimos en familia y como familia, y de pequeños inseguros pasaron a ser adultos, ellos también encontraron sus amores, formaron sus propias familias, y uno tras otro fueron abandonando el nido, volando detrás de sus propios sueños.

Y cuando nos dimos cuenta, a la vuelta de la esquina, Arturo y yo nos reencontramos a solas, como en esos días de noviazgo, había llegado el momento de refundar la pareja, de reconocernos, de volver a enamorarnos.

Es cierto, todas las etapas son bonitas, pero ahora era mirar atrás y ya más tranquilos notar que la vida se había pasado demasiado rápido, con problemas escolares, con problemas laborales, con obligaciones, con quehaceres, en un parpadeo, en un suspiro, habían transcurrido casi treinta años.

Arturo hacía seguridad industrial y viajaba bastante, de empresa en empresa, siempre tenía trabajo por delante, aunque nunca nada era algo fijo y seguro, su ocupación era muy nómade.

Por mi parte, estaba en trámites por retirarme, pero había trabajado toda la vida como maquilladora en un canal de televisión local, y por mi cuenta hacía trabajos para novias, quinceañeras y todas esas cosas

Puedo decir que me considero una mujer afortunada, siempre tuve fiaca para apegarme a un gimnasio, o una dieta de comida, comía casi de todo y siempre tuve un ángel guardián que se ocupaba de mantener milagrosamente mi figura, así, a mi edad, si bien no podía competir con veinteañeras, puedo decir que siempre fui una mujer atractiva e interesante, con medidas parejas y proporcionadas.

Además, gracias a mi profesión, siempre supe como pintarme, como maquillarme, como marcar unos ojos, resaltar unas cejas y dibujar unos labios, como lucir femenina, ganar casilleros con la sola presencia, daba igual el rubio largo de mi juventud a mis cabellos cortos y oscuros del presente.

Un día, una de nuestras hijas nos sugirió que nos tomáramos un tiempo para nosotros, como pareja, nos hizo ver que toda nuestra vida habíamos vivido solo para ellos, y que era tiempo de que hiciéramos algo diferente, casi que nos empujó hacía ello, y buscó convencer a Arturo, sabiendo que era el más permeable de los dos, pero Arturo, aún tenía muchas responsabilidades laborales y agenda ocupada.

Pero era cierto, nuestra hija había sembrado la semilla y empezaba a germinar en nuestras noches de cama, es que siempre habíamos sido el uno para el otro, sumamente fieles, mi primer hombre, mi único hombre, y tal vez, necesitáramos vivir cosas nuevas, el mundo había cambiado, los pensamientos habían cambiado, la vida había cambiado

Fue casi de improviso, mi marido vino un miércoles y me dijo algo así como

Vieja, prepará las cosas que el sábado temprano salimos…

Salimos? donde? cuánto? – respondí ante lo sorpresivo de sus palabras

No sé, tengo un hueco, nos vamos el sábado, volvemos el lunes por la tarde

Pero a dónde vamos?

No sé, ni idea, nos subimos al auto, ponemos el motor en marcha y en algún sitio terminaremos

Mi marido era así, un tanto descolgado, un tanto improvisado, no le gustaba atarse a nada, así que entre jueves y viernes preparé un poco de todo, si acaso solo estaba adivinando, le avisamos a nuestros hijos, se pusieron contentos, en especial Abril, nuestra hija mayor quien había sido la de la idea.

El sábado, cuando recién se asomaba el sol por el horizonte nos pusimos en marcha hacia cualquier sitio.

Viajamos un par de horas, mientras él conducía, yo buscaba en el celular información que nos fuera de utilidad, hablábamos de lo que haríamos, o lo que podríamos hacer, era loco, era aventura, era incierto.

Paramos en una estación de servicios a cargar nafta, en un sitio desconocido para nosotros, ante la pregunta de Arturo, el playero le recomendó un corredor costero, sobre la margen norte de un río donde había un montón de cabañas y complejos de alquiler que, al estar fuera de temporada, seguramente podríamos conseguir un buen sitio a precio de regalo.

Y ahí fuimos, como curiosos, viendo sitios muy bonitos, algunos que lamentablemente no estaban al alcance de nuestros bolsillos, otros que realmente no estaba al nivel mínimo que buscábamos, hasta que dimos con ‘Cabañas el Paraíso’, un complejo bastante moderno y llamativo, que de cabañas no tenía nada más que el nombre del lugar, pero si mucho de paraíso

Pasamos a ver como curiosos, la edificación era un enorme círculo perfecto, una corona circular, que se dividía en distintos departamentos, era muy original.

Estaban todas las habitaciones en planta alta, como en un primer piso, ya que la parte inferior estaba el espacio disponible para dejar el coche, sin dudas, muy bien pensado. Al frente, contra la calle principal que bordeaba el río, estaba la administración y comedor principal, fue donde conocimos a doña Rosa, la mujer encargada del complejo. Fuimos a ver las tarifas y ella, antes de largarnos el precio, nos pidió que la acompañáramos a ver el complejo, la vieja zorra sabía que nos haría entrar por los ojos lo que largaríamos por la billetera.

Y si, una enorme piscina circular estaba en el centro del complejo, con agua cristalina, con sillas y sombrillas en derredor, fuimos a uno de los cuartos, estaban pensados para parejas y, de hecho, el lugar solo admitía parejas. Los pisos estaban cubiertos con alfombrados y pieles, las paredes decoradas en rojo daban un toque muy sexual, como así también las luces y la enorme cama, era la cama más grande que había visto en mi vida, también había una pequeña cocina, mesa, sillas, y lo mejor, en el baño un enorme jacuzzi nos esperaba.

Nos mostró también que tanto el frente que daba a la piscina, como el fondo que daba a los pies de unas montañas, estaban vidriados de arriba a abajo, protegidos por unos amplios cortinados en tono borravino.

Había mordido el anzuelo, le dije a Arturo que negociara, pero no pensaba moverme de ese lugar, había encontrado el sitio perfecto.

Después de los arreglos pertinentes donde nos dijeron horarios, protocolos, y nos interiorizaron cómo funcionaba todo, Arturo estacionó el coche en nuestro lugar asignado y acomodamos las cosas en el departamento.

Y empezamos a hablar, a imaginar, muchas horas solo para nosotros dos, nos juramos tener la libertad para hacer muchas locuras, para dejar fluir nuestra imaginación, estábamos casi solos, en un sitio caído del mapa.

Fuimos a almorzar, en el mismo comedor principal, pedimos unas pastas, tallarines, el con salsa roja y yo con salsa blanca, nos atendió una chica jovencita, aparentaba la edad de nuestra hija menor, simpática, y como casi estaba desolado se nos dio por platicar, contamos de donde éramos, ella por su lado algunas cosas del lugar, esas típicas que se preguntan en un sitio desconocido.

La joven era un tanto llamativa, a decir verdad, tenía unos pechos bastante enormes y un escote pronunciado en su remera, yo no podía dejar de mirar puesto que, entre sus tetas, había un llamativo tattoo, y noté que la mirada de mi esposo, aunque tratara de disimular, también iba al mismo sitio, pero claro, el maldito solo le miraba las llamativas tetas, y ciertamente en otra ocasión me hubiera molestado, pero acá todo estaba permitido, aunque sea por tres días.

Clara – ese era su nombre – no pareció intimidarse por nuestras miradas indiscretas, y nos regaló sonrisas en cada momento

Después del almuerzo, fuimos a probar la cama e hicimos el amor, era raro, me sentí distinta, poseída, y mi esposo se sorprendió por lo puta que me había portado, en nuestras cabezas había jugado la imaginación de esa chica que terminaba de servirnos el almuerzo

No te conozco! – me dijo entre risas cómplices –

Naturalmente, luego de almorzar y hacer el amor, hubiéramos dormido una siesta, pero tres días pasarían volando y dado que el sol estaba a pleno y la temperatura amena, dijimos en bajar un rato a la piscina.

El se puso su short naranja que tanto le gustaba y yo mi traje de baño de una pieza, tomamos nuestros lentes de sol, bronceador y demás cosas necesarias para ese momento

Bajamos, me arrimé al borde, toqué el agua, estaba demasiado fría para mi gusto, así que preferí acomodarme bajo el sol en una de las sillas laterales, Arturo, es hombre, así que casi como un niño corrió y se tiró de cabeza, para empezar a nadar de un lado a otro.

Tome mi celular, soy mujer, debía comentarles a mis tres polluelos que estábamos bien, y solo eso, me puse a ver alguna noticia y me desentendí del entorno.

Minutos después, al levantar la vista, otra pareja que no vi llegar estaba al otro lado, en su mundo, un chico bastante musculoso al extremo, emprolijaba la cerca cortando con una tijera de podar los ligustros, parecía ser alguien de mantenimiento, doña Rosa, en la planta alta estaba tratando de convencer a una tercera pareja para que tomaran otro de los departamentos, y algo más, en la piscina, además de mi marido, Clara, la joven del comedor terminaba de meterse bajo el agua.

Me quedé mirando intrigada, ella apenas estuvo un par de minutos, salió, sacudió su corta melena como se sacude un perro y caminó bordeando la piscina hasta sentarse cerca de donde estaba

Hola, – me dijo – puedo tutearte? no te molesta?

Así empezamos a dialogar, ella tenía unas piernas delgadas y unas caderas escuetas, pero el tamaño de sus tetas no dejaba de llamarme la atención, en especial ahora, con la piel mojada, bajo un sostén amarillo que hacía marcar sus pezones, con ese tattoo entre ellas, se dio un diálogo natural entre ambas, me confesó que era solo un recreo entre su horario de la mañana y de la tarde, y que apenas era una licencia que le permitían tomarse en temporadas bajas, cuando casi no había gente

Y hablamos, era una joven muy ‘open mind’, al menos para mi generación.

Llegamos al tema de ese tattoo, si bien pude notar varios más en su cuerpo, le pregunté si no era doloroso, si es que aún no dolía, ella tomó mi mano, me dijo que no y la llevo sobre él, entre sus tetas, para que lo percibiera en mi tacto.

La situación me sobrepasó, su piel estaba húmeda, y yo sentía mis dedos hervir entre esos pechos enormes, era demasiado inesperado, sugestivo, era en verdad solo una extraña que acababa de conocer, pero ella me miraba de una manera que ninguna mujer me había mirado jamás.

Mi esposo nos sorprendió en ese momento, me cohibí un poco, pero Clara, solo le dijo que era un buen mozo, un tipo interesante y me dijo a mí, que lo cuidara, que no abundaban hombres llamativos por esos lados, y que, por cierto, ella admiraba el mundo de nuestra edad, sentí que su provocación velada era demasiada en ese momento

Así, así era ella, punzante, coqueteaba con uno y con otro de una forma demasiado excitante, y solo nos dejó, puesto que tenía que seguir con su trabajo vespertino

Por la tarde solo iríamos a caminar un poco, a conocer los alrededores, algunos caminos de montañas, bordeando la margen del rio, descansando bajo hermosas arboledas, hasta que el sol empezó a esconderse por el horizonte. Fue una caminata muy caliente, donde nuestras palabras hicieron encender esas llamas que estaban en reposo, era un momento de reencuentro de pareja, si hasta habíamos perdido la costumbre de caminar tomados de la mano

Al regreso, nos dimos una ducha compartida en el jacuzzi, y si bien la situación daba para intimar nuevamente, preferimos dejarlo para otro momento.

Nos cambiamos, nos pusimos informales pero elegantes para ir por algún restaurante de ocasión, bajamos, fuimos hasta la recepción para conocer a Atilio, el hombre que hacía las veces de encargado en turno noche, si bien el sitio era seguro, siempre es mejor no tener una mujer para las horas de la madrugada.

Le consultamos por algún sitio para salir a cenar, donde se comiera bien y barato, el tipo muy amable nos dio opciones, una pizzería si preferíamos ese tipo de comidas, también un restaurante donde servían las mejores carnes y las mejores pastas, o también, si era de nuestro agrado, un sitio un poco más retirado, a la orilla del río, donde se especializaban en todo tipos de pescados, fritos, hornos, parrilla, lo que gustáramos elegir, también nos dejó saber que era un pueblo chico y que no había muchas más opciones, por último, una heladería donde hacían los mejores helados artesanales y también servían exquisitos cafés.

Le agradecimos, fuimos al coche y como aún era temprano, improvisamos un paseo por el pequeño pueblo con aspiraciones de ciudad.

Entre vueltas y vueltas, terminamos en la pizzería, Arturo pidió una pizza pequeña para el solo, yo, unas empanadas de verdura y queso, y una cerveza para compartir.

El lugar estaba bastante concurrido, era viernes y parecía que todo el pueblo salía a cenar afuera, los mozos que atendían iban de un lado a otro casi sin descanso, y el bullicio hacía el sitio un tanto áspero

A pesar de eso, logramos inventar una intimidad, olvidándonos del resto, y empezamos a recordar momentos de nuestras vidas, cuando nos habíamos conocido, cuando nos casamos, nuestro primer embarazo, el segundo, el tercero, y cada una de esas cosas con las cuales el tiempo nos había modelado como una dócil arcilla para darnos forma en este presente

Y en algún momento de la cena íntima, al levantar la vista por sobre el hombro de mi marido, me detuve en unos jóvenes que habían ingresado minutos atrás, chicos, muy bulliciosos y extrovertidos, muy de la edad de mis hijos, pero entre todos, alguien me saludó muy efusivamente moviendo en alto su mano, si, era ella, Clara, la chica del almuerzo, y de la piscina

Le devolví el saludo apenas levantando mi mano, regalándole una sonrisa, mientras Arturo, no pudo evitar voltear y repetir el gesto.

Y solo volvería a colarse en nuestras palabras, en ilusiones, tenía un jean celeste muy holgado que no decía mucho, pero sin dudas Clara era consciente de sus enormes tetas, y sabía cómo explotarlas, con un top negro que se ceñía por debajo y por el cuello, dejando al medio una prominente abertura por donde se asomaban los laterales de ambos pechos, luciendo ese maldito tatuaje y solo consiguiendo que las fantasías volvieran a rondarnos, es que mi marido no ocultaba sus deseos, y jugábamos a un trío que no sucedería

Poco después, un impensado aguacero suspendería nuestras intenciones de ir hasta la heladería que nos había indicado Atilio, el casero del turno noche, y decidimos a esperar a que parara, como la mayoría de los clientes que se vieron acorralados por el agua que caía impiadosa desde el cielo.

Pasaron los minutos, uno tras otro, ya habíamos ido por el plan B, comer un postre en el mismo sitio para hacer tiempo, pero después de una hora, lejos de parar, la lluvia se transformaba en diluvio.

Decidimos que era suficiente, nos habíamos cansado, íbamos a afrontar las gotas que caían del cielo, en el camino nos cruzamos con ella, su rostro nos decía del hastío, de sentirse prisionera tras una cortina de agua, mi esposo, se ofreció a alcanzarla con el coche hasta su casa y un brillo resaltó en sus ojos.

Corrimos los tres hasta el auto, solo fueron segundos desde la puerta de la pizzería hasta zambullirnos en el interior del auto, pero igual estábamos empapados.

Arturo conducía, yo de acompañante y ella en el asiento trasero, al medio, risueña y desinhibida.

Yo me volteaba sobre mi asiento para verla y conversar, sobre todo un poco, todo normal, la miraba directo a sus ojos miel, y podía notar con mi natural perspicacia de mujer, que cada tanto ella desviaba la mirada, para ir directo al espejo retrovisor, es que se hacía demasiado obvio que Arturo, aprovechaba la situación para observarle las tetas, y ella, aunque yo estuviera, se mostraba excitada con el juego, incluso se marcaban sus pezones bajo la negra tela de algodón mojada por la lluvia

Llegamos a su casa, nos había contado que vivía sola, era de su anciana abuela que había fallecido tiempo atrás y quien la había criado como si fuera su madre, aún llovía, como menos intensidad, pero aun llovía, paramos bajo una galería que nos daba protección, entonces nos invitó a pasar un rato hasta que el tiempo mejorara un poco, estábamos mojados, y mi esposo, en forma unilateral aceptó la propuesta, por un café

Y acá me hice la pregunta, que diablos hacíamos nosotros dos, personas de cinco décadas, perdiendo el tiempo con una jovencita que podía ser nuestra hija, si nosotros teníamos una pareja sólida, estructurada, diferente, y la respuesta es que no tenía respuesta, no sé, tal vez ese nuevo noviazgo, tal vez dar rienda suelta a tantas fantasías postergadas, tal vez solo tomar la oportunidad…

CONTINUARA

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