Siempre preferí engañarme a ver la realidad, ella era para jugar en las grandes ligas, jamás estaría a su altura, y sabía que hiciera lo que hiciera jamás sería suficiente.
Yo era un joven de futuro brillante, estaba haciendo mucho dinero invirtiendo en las bolsas de comercio, había estudiado para ello, era lo que me gustaba, y los billetes habían llegado a mi demasiado pronto, de esa forma en que te marean y no puedes mantener los pies sobre la tierra, una situación difícil de manejar.
Me había comprado un dos puertas importado y un departamento enorme en la mejor zona de la ciudad.
Tenía chicas a elección, esas chicas que se enamoran de tu bolsillo, y no me importaba que así fuera, yo también solo buscaba momento de placer.
Tuve la idea de modernizar a mi gusto ese departamento, tenía muchas ideas locas y jóvenes y así contacté a Marianela Ballesteros, una joven arquitecta para que se encargara del tema.
No la conocía, no sabía quién era, si era buena en lo suyo, nada, tampoco me importaba, solo vi su foto entre tantas, me había parecido tan bonita como intrigante y asumí que entre negocios y negocios terminaríamos en la cama.
Pero Marianela sería diferente, a la primera insinuación de mi parte, me miró fijamente a treves de los vidrios de sus anteojos y me paso un freno con sabor a hielo, me dijo que ella era profesional y que nuestra relación sería meramente profesional y que, si esperaba otra cosa, pues podría buscar otra persona.
En esos días, yo no estaba a costumbrado al rechazo de una mujer, y Marianela se transformaría en mi obsesión, dejé que ella tomara la iniciativa y fuera por delante de mí, hacía caso a todo, solo ponía el dinero y en tres meses tendría un departamento nuevo, solo que no estaría realizado a mi medida, sino a la suya.
Nuestra relación se terminaba, en el roce de esos días nos habíamos conocido bastante, ella sabía de mi dinero, de mis inversiones bursátiles, me notó un tipo inteligente, yo también vi en ella una mujer atrapante, inquietante, demasiado madura para su corta edad, independiente, y secreta, sobre todo secreta, porque ella tenía un lado oscuro del cual jamás hablaba
La invité a cenar, y luego la invité a mi departamento, terminamos en mi cama, y descubrió los secretes que el dinero no podía comprar, el tamaño risueño de mi pene y el problemita de la eyaculación precoz.
Poco después, en la penumbra del cuarto ella se vestía para volver a su casa, le pedí que se quedara a dormir, pero ella me dijo que seguramente en otra oportunidad, tendría un día complicado por delante y debía descansar un poco. En su cara se dibujaba la insatisfacción y me sentí un fracaso de hombre. La dejé partir y supe que era el final de una situación que nunca había comenzado.
Pero no era una persona acostumbrada al fracaso, debí entender que las piezas no cuajaban en el rompecabezas que se me presentaba, pero días después dejé mensajes en su celular, del que no tendría respuesta, y luego otro, y otro más, y no dejaría de hacerlo hasta que escuchara de sus labios que no tendría una oportunidad a su lado.
Gané por cansancio, le arranqué a desgano una segunda cita para hacer las peores de las jugadas, intentar comprar su corazón con mi bolsillo, me abrí con ella como con nadie y la perra mordió el anzuelo.
Salimos una vez, y otra, y otra más, en la balanza le pesaban más mis billetes que mi pobre performance sexual, y preferí engañarme, mentirme, decir que todo estaba bien, fui feliz presentándola en mi familia, a mis amigos, empezar un noviazgo de enamorados, tristemente condenado al fracaso.
Un par de veces intentó terminar la farsa, pero en cada vez yo corría como u niño a su lado, mi alma estaba abierta, y ella tomaba lo mejor de mí.
Le propuse casamiento, si, de blanco, un gran vestido, una mejor fiesta, ella me rechazó, y volví a hacerlo poco después, y como con los mensajes de celular, no aceptaría un no dé respuesta, tontamente pensaba que haciéndola mía ante un altar, alejaría de mi cabeza todos los fantasmas de otros amores, porque mis celos me dejaban adivinar que ella tenía amores paralelos, mejores, perfectos, quienes si la hacían feliz
Era hasta insano, había tenido en mi cama cuanta mujer había deseado tener, pero me fui a enamorar como un tonto de aquella que jamás me entregaría su corazón
Y ya en esa misma noche de bodas las cosas arrancarían fatales para mí, yo tenía muchos amigos varones invitados, ella también…
Y a pesar de todo lo íntimo que suponía ser la ceremonia, en plena fiesta, ella estaba demasiado pendiente de su celular, escribiendo mensajes, y ni siquiera en ese momento, logré que fuera solo mía.
Y olí el engaño en esos minutos en los que estábamos separados, desentendidos, saludando familiares y amigos, y cuando la veía a la distancia con su impecable vestido de blanco, desentendida de mis ojos observadores, ella estaba demasiado íntima con alguno de sus amigos, risas, gestos, toques casuales, solo lo dejé pasar, una vez mas
Los días de convivencia bajo el mismo techo sol empeorarían las cosas, realmente Marianela se aburría conmigo, por mi pequeño pene, por mi precocidad, y me desgarraba el corazón cuando la cogía y ella solo estaba en otro sitio, fumando, con la mirada de lado, inexpresiva, o mirando cualquier cosa en su celular, fría como el hielo y la incompatibilidad de la cama, como una mancha perversa invadió todo nuestro hogar, nuestros días, nuestra convivencia.
Ella dio un paso adelante, una noche me lo presentaría en la cama, había pasado por un sex shop y había comprado un arnés con una verga de juguete bastante generosa, mucho más grande larga y gruesa que la mía, y ante mi reproche al sentir herida mi masculinidad, muy suelta de cuerpo me respondió que necesitaba sentirse mujer y que estaba harta de sesiones con psicólogos y profesionales para trabajar sobre ‘mis problemas’
Empezamos a hacerlo de esa manera, a su manera, la cogía rápido, me acababa, luego me ponía el arnés y era su momento de placer, entonces si, gritaba, disfrutaba, como una yegua, incontenible y parecía disfrutar con esos raros orgasmos, con esa forma de hacerme sentir menos hombre y solo me quebraba, una vez, cada vez.
Al conciliar el sueño me sentía mortal, generalmente le daba la espalda para que no percibiera mis sentimientos, y muchas veces solo dejaba caer las lágrimas mientras ella dormía plácidamente.
Una noche como tantas, yo le deba la espalda en la cama, como de costumbre, ella se apegó a mi, pero noté en esa proximidad que esta vez tenía calzado el arnés con la pija de juguete, el que había comprado en el sex shop, y empezó a jugar sobre mis nalgas, le pregunté que hacía, y me dijo que me callara, bajó mi slip y empezó a pasarlo entre mis nalgas, sentí mi corazón latir con fuerza, y como ella se pegó más y más a mi cuerpo empujándome poco a poco al borde mismo de la cama, sintiendo sus jadeos en mis oídos, y como en una forma grosera trataba de meterlo por mi culo, ayudándose con sus dedos lubricados por algún gel de ocasión
Volví a preguntarle que estaba haciendo, que ya no era gracioso, me tenía contra las cuerdas, pero volvió a ignorarme, sonriendo con cierto sarcasmo dio un fuerte empellón haciendo que me doliera, pero no se detendría, y poco a poco me sentiría violado por mi propia mujer
Era demasiado grueso, y me lo incrustó hasta el fondo después de algunos rodeos y empezó a ocupar el sitio que naturalmente era mío, mientras a mi me tocó disfrutar como mujer
Marianela se vio muy caliente con su nuevo rol, tomando la iniciativa, dándome órdenes, nalgadas, incluso masturbándose mientras me lo hacía por detrás, haciéndome gemir aunque no quisiera hacerlo
Con el correr del tiempo las cosas se hicieron más y más oscuras, como en una tarde de tormenta el sol de nuestra relación se fue ocultando.
Ella me estaba destruyendo, no solo en la cama, sino en la vida, perturbado por mi presente vivía desenfocado y mis inversiones bursátiles eran más fracasos que éxitos, ella en cambio se había más y más conocida, tenía mucho trabajo y era muy requerida.
Tuve la tonta idea de regalarle algo femenino e íntimo, un conjunto de medias de red, ligas, tanga, sostén, ya saben, algo sexi para cambiar la rutina
Pero Marianela me pidió que fuera yo quien lo usara y en esa noche me haría su mujer, vestido con una puta, me rompió el culo otra vez, muy perra, me puso frente a un espejo, en cuatro, y mientras me lo hacía me metía sus dedos en la boca y me tiraba los labios hacia su lado, como si fuera un caballo con riendas, y me dolía por delante, o me día por detrás.
Era su tonto fetiche, ya ni siquiera la cogía, siempre era ella sobre mi, había perdido el control, el rumbo, ella siempre tenía reuniones después de hora, se la pasaba pegada a su celular, chateando, manejaba el dinero, era una extraña.
Me moría en mis celos, empecé a tirar de cualquier punta para descubrir algo, enfermizo, revisé su celular en sus descuidos y encontraría demasiadas cosas complicadas, mensajes, fotos, sus perfiles, sus redes, dejaban ver una exquisita mujer, provocativa, sin compromisos, revisaba su agenda y una y otra vez hacía lo propio con su ropa interior sucia, buscando restos de hombres, fantasmas.
Nuestras discusiones siempre terminaban en un callejón sin salida, porque era notorio que si yo no la cogía como se debía, alguien mas lo estaría haciendo
Y como una gran bola de nieve todos nuestros problemas de pareja se hicieron enormes, porque yo me desvivía por ella, me arrastraba a sus pies, pero para ella solo era un payaso, una marioneta y jamás me había permitido asimilar que todos sus rechazos eran maneras directas e indirectas de que no estuviera a su lado.
Y por qué lo hacía? por qué permitía que hiciera lo que hacía? solo porque era un tonto enamorado…
Se acercaba el fin de un nuevo año, y con ello, todas esas despedidas típicas, de amigos, de trabajo, de un lado, de otro, esas interminables reuniones que hacer un diciembre demasiado complicado para el estómago y esos molestos kilos de más que se terminan acomodando en la cintura.
Marianela me dijo que tendría una cena de arquitectos, colegas, noche de fiesta, le dije que estaba bien, que me parecía bien, nos merecíamos una salida en pareja, su circulo de trabajo junto a su esposo, me dijo con cara seria que en principio yo no estaba invitado, no era para parejas, que no sea desubicado
Sería una de las pocas veces en mi vida que me pondría de punta con ella, tal vez muy dolido en mis sentimientos, discutimos, levanté la voz y le dije que iríamos los dos o directamente que se olvidara de esa salida.
Marianela me dijo que estaba bien, si pensaba hacer el ridículo, por ella estaba bien, solo que me atuviera a las consecuencias.
Esa noche no sería una noche más, ella se había puesto un vestido nuevo que se había comprado para la ocasión, era color arena son sectores al azar en dorados brillantes, asimétrico de hombros, pegado al cuerpo, lo justo como para disimular imperfecciones y verse sexi, demasiado para mi gusto, resaltando sus bellos muslos desnudos y marcando sus pechos de una forma exquisita, se había maquillado, se había recogido sus cabellos, y se había montado sobre unos zapatos de tacos altos que la ponían a mi altura.
Su rostro irradiaba brillo, un brillo particular, y después de ultimar detalles partimos a esa famosa reunión de colegas
Ciertamente no la pasaría bien en ese lugar, primero por sentirme un tonto obsesivo, un celoso compulsivo, un estúpido, por ser el único esposo que acompañaba a su pareja, sin dudas no era un lugar para mí y no entendía nada de lo que hablaban y nadie entendía que hacía ahí, en una reunión de arquitectos que se suponía era individual.
Y segundo, también me molestaba lo llamativa que estaba Marianela, porque había colegas del mismo sexo, pero nadie como ella, no era un tema de belleza, sino de atracciones, miradas, gestos, sonrisas, secretos, y todo hacía que se me estrujara el estómago, demasiados amigos, demasiados íntimos, demasiado para ser solo colegas y en cada hombre veía un enemigo.
Ella, una vez más sería dura conmigo, lejos de mostrarse como esposa, pareció dejar notar que yo era un estúpido y que mi presencia la incomodaba y nunca supe si esa noche solo improvisó, o lo había calculado, o como diablos fuera, pero lo cierto es que me daría una amarga lección.
Después de coquetear adrede con uno y con otro, ignorándome, empecé a beber y beber, al punto de emborracharme y hacer el ridículo, y al alcohol en mis venas hizo que le dijera en la cara todas las cosas que normalmente no me hubiera animado a decir, ella me pidió que me callara, que no la avergonzara, pero estaba fuera de mí, hice esos escándalos típicos de películas, y cuando saqué toda mi mierda solo me puse a llorar como un chico. Marianela estaba enfurecida, y le pidió a uno de sus colegas que por favor nos alcanzara hasta nuestro domicilio, puesto que en mi estado no podría conducir de regreso.
Ellos se sentaron al frente y a mi casi me tiraron recostado en el asiento trasero, estaba perdido, confundido, pero sin embargo puede escuchar como Marianela le decía que ya no me soportaba, que era una carga y muchas cosas más que solo me hundían en un profundo precipicio, además mis ojos vidriosos alcanzaba a ver como ella le acariciaba la nuca, y también como el, cada vez que metía un cambio, aprovechaba para acariciarle discretamente la pierna izquierda.
No sé cómo, como terminamos ahí, pero cuando me di cuenta, ese tipo, ella y yo estábamos en la cama, entre sueños tengo imágenes de lo que sucedió, mi mujer le chupaba la verga y me hacía mirar, me decía que la tenía grande y que le calentaba, luego se hizo coger un poco y se hacía pasar el glande por los labios de su vulva y por su clítoris, para después sentarse sobre mi rostro y meter toda su concha en mi boca, sentía sus carcajadas, parecía disfrutar eso y el tipo entonces hacía que ella se la chupara, pare después venir a besarme y jugar esos juegos que le gustaba jugar.
Marianela se apartó del juego por unos instantes, hasta salir de mi campo visual, para volver luego con el arnés entre sus piernas, para recostarme a la fuerza sobre el colchón, para levantar mis piernas, y con la ayuda del extraño que se masturbaba a un lado meter ese enorme juguete en mi culo
Ella empezó a moverse, entrando y saliendo, haciéndome gritar, para que luego el tipo fuera por detrás y empezara a cogérsela nuevamente
Marianela cayó sobre mi cuerpo empujada desde atrás por los embates que le proporcionaba su amante, y terminó siendo el relleno del emparado, donde el le metía la pija con fuerzas y ella, por el peso propio de ambos cuerpos me la incrustaba hasta el fondo de mi culo.
Creo que lo que más me molestaba era la burla de ambos, una mujer, un amante y una marioneta.
Me hicieron poner en cuatro patas, me dieron unos rodeos, el tipo me acarició las nalgas, me acarició el esfínter como tanteando la medida, entonces se acomodó por detrás y me la metió toda, preguntándole a ella si era lo que quería.
Marianela, aun con su consolador montado en el arnés, entre sus piernas, se masturbaba viendo como me rompía el culo, como me nalgueaba, como me hacía gritar y yo solo estaba preso de la situación
Después, el tipo vino por mi frente y mi esposa empezó a chuparle la pija nuevamente, muy cerca mío, demasiado, me decía que observara una buena pija y no un micro pene como el mío, hasta que tomando esa verga entre sus dedos me la metió a mi en la boca, masturbándola, tomándome por la nuca para que no pudiera escapar.
Ella jugaba ese jugo, cada tanto se la chupaba, para su propio placer, cada tanto me obligaba a mi a hacerlo, y el casual amante se reía como un bastardo, incrustándome su pija hasta la garganta.
El final fue previsible, nada pude hacer con un primer disparo que fue directo y profundo, tuve que tragar ante la sorpresa, pero luego, con su asqueroso sabor que poco a poco llenaba mi boca empecé a escupir y a toser ante sus estridentes carcajadas.
Me quedé tirado a un costado de la cama, destruido, me sentí un preservativo usado, me sentí violado, ultrajado, mi culo me dolía demasiado después de probar el consolador enorme de Mariela y la pija caliente de ese extraño, aun escupía saliva con sabor a semen y en mi boca tenía ese maldito aroma pestilente, se me revolvía el estómago, la cabeza se me partía
A un lado, mi mujer y su amante se mataban a besos, impúdicamente, como si yo no estuviera presente, me ignoraron, ella se sacó el arnés y se lo puso a el, luego lo hizo sentar sobre una silla que solíamos tener en el cuarto para reposar las ropas, y fue sobre él, dándome la espalda
Fue a montarlo, se ayudaron mutuamente con las manos, mientras ella se metía el juguete por delante, él le metía la pija por detrás, para moverse en una doble penetración. muy de puta, donde yo solo era un testigo involuntario.
Mi mujer gritaba, gemía, se movía como una puta, como jamás se había movido conmigo, tal vez la excitara su propio placer, tal vez fuera complacer a su amante, o tal vez, solo fuera clavarme puñales
Su hombre la tomaba por las ancas, le comía las tetas a besos, y asumí que hacía con él y quien sabe con cuantos cosas que conmigo jamás haría.
Cuando ella salió, luego de haber terminado, vi su esfínter todo abierto chorreando leche t su concha toda empapada en sus propios jugos, se quejó, dijo que le dolían los pezones de tanto traqueteo y no habría mucho más por esa noche, recuerdo que se cambiaron, me ignoraron y dejaron el cuarto, me quedé esperando a que ella volviera, pero nunca volvió, solo me quedé dormido en la eterna espera.
La mañana siguiente marcaría que habíamos cruzado todos los límites, todos, Marianela que naturalmente era charlatana, se mostraba curiosamente callada, como encerrada en sus pensamientos, meditando su futuro, yo me había tomado un cóctel de aspirinas como para apaciguar el dolor de cabezas y me había dado una ducha, me sentía sucio, y bajo los chorros de agua hice miles de buches, como tratando de quitar todo recuerdo de lo que había pasado por mi boca.
No hablaríamos demasiado, si ella no sacaba el tema, yo tampoco lo sacaría.
Por la noche, ella estaba muy bonita, muy sugerente, pensé que sería un juego de seducción y reconciliación, pero solo tomó su almohada y se fue a dormir al sillón de la cocina.
Al día siguiente, ella me dijo que era suficiente, que considerara de armar mis maletas y buscar un nuevo sitio, dado que ya no teníamos nada en común, pero yo, tonto como siempre, le dije que no, no estaba dispuesto a rendirme, que debíamos retomar las charlas de pareja con apoyo externo, que hasta incluso podía perdonarla por lo que había sucedido y por lo que pudiera suceder, como dejándole saber que hasta podría convivir con sus infidelidades, pero ella, al escucharme, solo estalló en una crisis de nervios y llevando sus manos a su rostro se largó a llorar.
Así siguieron los días, los meses, ella con continuas humillaciones, rechazos, directas, e indirectas y yo solo como un perro faldero tratando de remontar la historia.
Era una mañana de abril, hacía frío, ella me esperaba al pie de la escalera de casa a mi regreso de unos negocios, estaba muy elegante, con una pollera a las rodillas y un spencer haciendo juego, en azul casi negro con delicadas rayitas en celeste, lucía una camisa blanca, zapatos finos, nuevamente una sonrisa se dibujaría en mi rostro imaginando un intento de reconciliación, pero ella puso de por medio un freno helado entre nosotros
Se terminó Federico, se terminó… – dijo en voz firme –
Pero no, mi amor, podemos solucionarlo! – respondí tratando de avanzar a su lado –
Marianela retrocedió un par de pasos, como para mantener una prudente distancia entre ambos
Pará Federico! no entendés? en que idioma te hablo? yo no te amo, no quiero, no te necesito, no te deseo!
Pero, pero, vos no podés hablar en serio!
La que era mi mujer hasta ese momento parecía montar en cólera con suma rapidez, y viendo que yo no entraba en razones tiró el último disparo
Federico, estoy embarazada!
Bajé a mirada, obviamente no era mío, si yo hacía tiempo que no la tocaba y solo me masturbaba soñando con el reencuentro, medité con rapidez, le regalé una sonrisa y le dije
Qué bueno! si nos esperamos, podemos ser buenos padres! te gustaría una niña o un varón?
Me miró con el rostro desencajado y dijo meneando la cabeza en forma de negación
Estás enfermo… tenés que buscar ayuda
Marinela giró sobre si y se alejó del lugar, la sentí repiquetear sus tacos en retirada, y luego volver, esta vez llevaba sus maletas en las manos y al pasar por mi lado solo dijo
Enfermo!
Y la vi alejarse hasta un taxi que la esperaba en la puerta
Me reí, la dejé ir, sabía que volvería a mi, no podría estar sin mi
Seis años después, vivo solo en nuestra casa, a veces con pozos depresivos, a veces un poco mejor, a veces con psiquiatras, a veces solo, a veces con psicólogos, a veces con grupos de ayuda, es que nunca supe más de ella y la extraño a horrores.
Cada mañana al levantarme, bajo corriendo las escaleras, me parece escuchar su voz, preparándole el desayuno a nuestro hijo, que ya debe estar yendo al colegio, pero no, esas voces solo están en mi imaginación y la cocina se me hace más fría y más grande que nunca, tomo mis pastillas, tres rojas, una azul, y una blanca, y ya está, el dolor pasa, y me doy cuenta de que no importa, mañana, si, mañana seguramente será el día de reencuentro de nuestra familia
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