Cielo es iniciada por curas sátiros III

Descubre la continuación esta historia llena de lujuria y tentación, donde Cielo será la protagonista de placeres prohibidos.

Excitada tanto por la vista como por el contacto de tan notable objet.Con estas palabras empezaba el capítulo anterior …

Cielo de quitó una por una todas sus prendas, y quedó de píe, desnuda ante los tres vigorosos sacerdotes, y levantó un murmullo general de admiración cuando en aquel estado se adelantó hacía ellos.
Tan pronto como el que había llevado la voz cantante de los recién llegados — el cual, evidentemente, parecía ser el Superior de los tres — advirtió la hermosa desnudez que estaba ante su ardiente mirada, sin dudarlo un instante abrió su sotana para poner en libertad un largo y anchuroso miembro, tomó en sus brazos a la muchacha, la puso de espaldas sobre el gran cofre acojinado, brincó sobre ella, se colocó entre sus lindos muslos, y apuntando rápidamente la cabeza de su rabioso campeón hacia el suave orificio de ella, empujó hacia adelante para hundirlo por completo hasta los testículos.
Cielo dejó escapar un pequeño grito de éxtasis al sentirse empalada por aquella nueva y poderosa arma.
Para el hombre la posesión entera de la hermosa muchacha suponía un momento extático, y la sensación de que su erecto pene estaba totalmente enterrado en el cuerpo de ella, le producía una emoción inefable. No creyó poder penetrar tan rápidamente en sus jóvenes partes, pues no había tomado en cuenta la lubricación producida por el flujo de semen que ya había recibido.
El Superior, no obstante, no le dio oportunidad de reflexionar, pues dióse a atacar con tanta energía, que sus poderosas embestidas desde largo produjeron pleno efecto en su cálido temperamento, y provocaron casi de inmediato la dulce emisión.
Esto fue demasiado para el disoluto sacerdote. Ya firmemente encajado en la estrecha hendidura, que le quedaba tan ajustada como un guante, tan luego como sintió la cálida emisión dejó escapar un fuerte gruñido y descargó con furia.
Cielo disfrutó el torrente de lujuria de aquel hombre, y abriendo las piernas cuanto pudo lo recibió en lo más hondo de sus entrañas, permitiéndole que saciara su lujuria arrojando las descargas de su impetuosa naturaleza.
Los sentimientos lascivos más fuertes de Cielo se reavivaron con este segundo y firme ataque contra su persona, y su excitable naturaleza recibió con exquisito agrado la abundancia de líquido que el membrudo campeón había derramado en su interior. Pero, por salaz que fuera, la jovencita se sentía exhausta por esta continua corriente, y por ello recibió con desmayo al segundo de los intrusos que se disponía a ocupar el puesto recién abandonado por el superior.
Pero Cielo quedó atónita ante las proporciones del falo que el sacerdote ofrecía ante ella. Aún no había acabado de quitarse la ropa, y ya surgía de su parte delantera un erecto miembro ante cuyo tamaño hasta el padre Ambrosio tenía que ceder el paso.
De entre los rizos de rojo pelo emergía la blanca columna de carne, coronada por una brillante cabeza colorada, cuyo orificio parecía constreñido para evitar una prematura expulsión de jugos.
. Dos grandes y peludas bolas colgaban de su base, y completaban un cuadro a la vista del cual comenzó a hervir de nuevo la sangre de Cielo , cuyo juvenil espíritu se aprestó a librar un nuevo y desproporcionado combate.
— ¡Oh, padrecito ¡ ¿Cómo podré jamás albergar tamaña cosa dentro de mi personita? —Preguntó acongojada—. ¿Cómo me será posible soportarlo una vez que esté dentro de mí? Temo que me va a dañar terriblemente.
—Tendré mucho cuidado, hija mía. Iré despacio. Ahora estás bien preparada por los jugos de los santos varones que tuvieron la buena fortuna de precederme.
Cielo tentó el gigantesco pene.
El sacerdote era endiabladamente feo, bajo y obeso, pero sus espaldas parecían las de un Hércules.
La muchacha estaba poseída por una especie de locura erótica. La fealdad de aquel hombre sólo servía para acentuar su deseo sensual. Sus manos acariciaban todo el grosor del entumecido miembro, lo presionaba y le dispensaba inconscientemente caricias que incrementaban su rigidez. Parecía una barra de acero entre sus suaves manos.
Un momento después el tercer asaltante estaba encima de ella, y la joven, casi tan excitada como el padre, luchaba por empalarse con aquella terrible arma.
Durante algunos minutos la proeza pareció imposible, no obstante, la buena lubricación que ella había recibido con las anteriores inundaciones de su vaina.
Al cabo, con una furiosa embestida, introdujo la enorme cabeza y Cielo lanzó un grito de dolor. Otra arremetida y otra más; el infeliz bruto, ciego a todo lo que no fuera darse satisfacción, seguía penetrando.
Cielo gritaba de angustia, y hacía esfuerzos sobrehumanos por deshacerse del salvaje atacante.
Otra arremetida, otro grito de la víctima, y el sacerdote penetró hasta lo más profundo en su interior, al tiempo que lanzaba sonoros rebuznos de victoria con los que imitaba a la perfección el ruido que hace un burro en celo.
Cielo se había desmayado.
Los dos espectadores de este monstruoso acto de corrupción parecieron en un principio estar prestos a intervenir, pero al propio tiempo daban la impresión de experimentar un cruel placer al presenciar aquel espectáculo. Y ciertamente así era, como lo evidenciaron después sus lascivos movimientos y el interés que pusieron en observar el más minucioso de los detalles.
Correré un velo sobre las escenas de lujuria que siguieron, sobre los estremecimientos de aquel salvaje a medida que, seguro de estar en posesión de la persona de la joven y Cielo muchacha, prolongó lentamente su gocé hasta que su enorme y férvida descarga puso fin a aquel éxtasis, y cedió el paso a un intervalo para devolver la vida a la pobre muchacha, que despertó tan solo para sentir como los tres sacerdotes estaban sobre ella aplicándole el más bestial de los agasajos, con el que recorrían senos y cuello con sus bocas, pero al tratar de incorporarse Cielo sintió de inmediato que el agasajo se volvía más intenso y agresivo, tal y como lo harían tres de los más fieros depredadores desalentando la débil defensa de la víctima que habían atrapado con tanto esfuerzo y dedicación, y comprendiendo que no había acomodo ni defensa posible, la Cielo penitente dejó caer de nuevo su cabeza hacía atrás.
Luego de un rato excitada por tan intenso ataque a su intimidad, los abrazó con suavidad y pudo sentir en sus finos brazos el cepillado que las rapadas y picantes cabezas de los tres sacerdotes le hacían al moverse, por momentos Cielo se sentía como una hembra amamantando a tres cachorros que luchaban entre ellos por capturar con sus bocas su excitada carne, hasta que finalmente dejó caer sus brazos a ambos lados simulando estar desmayada.
Pero sabedor de que su víctima estaba perfectamente consciente, el fornido sacerdote que en todo momento la había mantenido ensartada con su erecto mástil, volvió a accionar con vigorosos movimientos de entrada y salida hasta conseguir descargar por dos veces consecutivas en el interior de su víctima antes de retirar su largo y vaporoso miembro, el volumen de semen expelido fue tal, que cayó con un ruido acompasado hasta formar un charco sobre el suelo de madera.
Cuando por fin Cielo se recobró lo bastante para poder moverse, pudo hacerse el lavado que los abundantes derrames en sus delicadas partes hacían del todo necesario, luego tomó una prolongada ducha de agua caliente y una vez limpia y fresca salió con su pelo humedecido para caer pesadamente sobre un mueble en el cual se echó a descansar quedando como dormida.
(Virginal tesoro que está siendo entregada a la lujuria, cual rufián que debe comparecer ante la justicia, te sentencio a sentir el mismo placer con el que has enloquecido a mis sentidos.)
Sin darse cuenta la jovencita se había quedado profundamente dormida y al despertarse lo primero que vio fue a los tres sacerdotes sentados en muebles que rodeaban su lugar de descanso, habían estado junto a ella durante su sueño e instintivamente trató de cubrir la desnudez de su cuerpo, pero uno de ellos le sujetó la mano pidiéndole que no se cubriera. Enseguida le ofrecieron algo de beber, Cielo saboreó el vino de una cosecha rara y añeja bajo cuya poderosa influencia se sintió tan reconfortada que de nuevo dejó caer su cabeza hacía atrás para seguir descansando con los ojos cerrados.
. Pero transcurrida media hora, los tres curas consideraron que había tenido tiempo bastante para recuperarse, y comenzaron de nuevo a presionar a Cielo para volver a gozar de su persona, para lo cual acudieron al lugar donde la chica descansaba para pegar sus bocas en ese cuerpo perfecto al que empezaron a succionar como si fuera el más dulce postre. Pero a pesar de estar bien despierta Cielo parecía estar ausente, sin embargo las sensuales y libidinosas caricias de los sacerdotes continuaron hasta que Clemente se apoderó con su boca de la hermosa y lampiña área vaginal de la chica, lo cual de inmediato la hizo abrir los ojos desmesuradamente al tiempo que su cuerpo se tensaba haciendo el reflejo de levantarse, pero de inmediato los otros dos sacerdotes la atraparon de los brazos con ambas manos y de las orejas con los dientes haciendo que la jovencita abriera la boca en una especie de grito silencioso mientras sentía el febril trabajo que Clemente hacía con su inquieta lengua.
Un fuerte pero femenino grito de placer anunciaba que de nuevo la jovencita estaba en su cuerpo. Al soltarla Cielo cayó echando su cabeza hacía atrás retorciéndose con un llanto de angustioso placer como alma condenada, que al ser traída de nuevo a la realidad comprende que su cuerpo es una cárcel del placer y los sacerdotes sus exigentes carceleros.
Con la respiración agitada y los ojos vidriosos, la joven escuchó la voz del malicioso Ambrosio.
— Esta lindura también sabe mover la boca… Me consta. — Sentenció el chismoso Ambrosio, dejando al descubierto otro más de los servicios que podían exigir a su joven víctima.
— ¡En serio! — Le dijo el Superior con su excitado y colérico rostro enrojecido y sudoroso por la excitación. — Tengo que probar esa boquita puñetera. — Le dijo al tiempo que se montaba en el improvisado lecho, y al ver que la jovencita hacía el reflejo de impulsarse hacía atrás, el enardecido sacerdote brinco hasta quedar sobre ella con sus rodillas a ambos lados de los costados de la chica para atraparla de inmediato.
En ese momento la jovencita cerró sus ojos como si quisiera escapar de nuevo de su cuerpo mientras echaba su cabeza hacía atrás al ver que los otros dos habían acudido en ayuda del superior. Luego de un rato, cuando Cielo abrió de nuevo sus ojos, vio que frente a su rostro a escasos centímetros estaban los potentes y tumefactos miembros del superior y los otros dos, luciéndose como si presumieran ante ella con sus descomunales erecciones. Cielo experimentaba una extraña perturbación al aspirar la fragancia seminal que emanaba de esas monumentales erecciones.
— Así que sabes mamar como toda una puta. — Continuó diciéndole el superior mientras presionaba su cuello con el lomo de la verga para casi de inmediato buscar los labios de la muchacha.
Toda la acción había sido tan rápida y tan sorprendente que la jovencita no tuvo oportunidad de pensar ni de decidir, así que acostada como estaba y con el padre superior encima de ella, volvió a cerrar sus ojos y poco a poco fue abriendo su boca para facilitar la introducción de ese largo y endurecido dardo, y una vez acoplados procedió a complacer al sacerdote dándole unos mamones en el medio tronco que fueron sentidos por el santo padre como la ansiada puñeta celestial a la que se sentía invitado con solo ver el rostro y los labios de la hermosa víctima que tenía en su poder para saciar con ella cualquier antojo que cruzara por su retorcida y lujuriosa mente.
— ¡Amén! — Cantó Ambrosio al ver la ejecución de una autentica puñeta oral.
El tercer eclesiástico permaneció silencioso, mientras su enorme artefacto amenazaba al cielo, observando con envidiosa atención cada detalle de ese infame y grotesco acto de abuso y corrupción.
Cielo fue ampliamente lechada por el superior cuya venida fue engullida por completo por la jovencita que se había quedado como hipnotizada ante el comportamiento del eclesiástico. El padre superior extrajo su largo miembro al tiempo que lo jaloneaba febrilmente con su puño para lanzar un último chorro de leche en la cara de Cielo coronándola a la altura de la frente con lo que parecía una diadema de perlas chorreantes. Luego la chica fue invitada a escoger la siguiente verga que debía mamar.
— Sugiero que siga Clemente. — Propuso Ambrosio, sabedor de los lujuriosos planes que el superior tenía, quería guardar todo su vigor seminal para usarlo en un antojo que tenía pendiente desde que inició a su joven discípula.
Mientras tanto, la chica que aún yacía sobre el acojinado mueble sin atreverse a tocar el semen que rodaba por su bello rostro, trataba de retirarlo de sus labios con las puntas de sus dedos mientras veía como esa viscosidad se estiraba como miel entre sus labios y sus dedos.
— Acomódate de nuevo preciosa. — Le ordenó Clemente mientras montaba en el mueble hasta quedar frente a ella diciéndole: —. Ahora vas a probar el sabor de los mecos de burro, si te gustaron los del superior verás que estos son más espesos calientes y pegajosos.
Cielo se inclinó hacia atrás haciendo ademán de querer alejarse de ese feo y vulgar sacerdote, pero enseguida Clemente se abalanzó sobre ella como lo había hecho el superior acostándola de nuevo en el mueble. Pronto Cielo se vio capturada por el lujurioso sacerdote el cual la forzaba a introducir lo más que podía del voluminoso miembro entre sus lindos labios.
Con la frente perlada por el semen del superior, la muchacha se deslizaba por el mueble hasta quedar arrodillada y recargada contra este, protagonizando con el sacerdote lo que parecía ser una violación oral. Finalmente, la jovencita se quedó quieta sintiendo la introducción del largo pene hasta su garganta; luego de un rato lo mamoneaba a modo de puñeta, jaloneando y haciendo pausas de vez en cuando, y al extraerlo sus lindos labios se abrían y cerraban alrededor de la amplia cabeza de ese dardo produciendo el ruido característico de la succión.
Sin darse cuenta Cielo había caído en un éxtasis de adoración, lamiendo y relamiendo ese enorme miembro de brincadas venas, restregando su boca y su lengua en el velludo pelambre de ese sacerdote al cual parecía estar bañando con la lengua, lamiéndolo desde los velludos muslos hasta llegar al tremendo aparato genital del sacerdote para acariciarlo con su boca abierta, recorriéndolo por completo como si quisiera memorizar con sus labios la forma que tenía mientras lamía y relamía el semen que erupcionaba como respuesta a las excitantes caricias que ella le hacía, luego tomaba la punta de esa enorme verga y la succionaba con fuerza tratando de extraer cada gota que esta pudiera exudar antes de venirse.
— ¿Qué tal te saben cabrona?… ¿Verdad que ya te gustaron? — Balbuceaba Clemente al tiempo que Cielo parecía decir que si haciendo con su cabeza movimientos hacia arriba y hacia abajo provocando con sus labios y lengua una caricia extrema en la lechosa punta. — Eso es preciosa… sigue así… ¡Oh Dios! … Mamas como puta enamorada.
No pasó mucho tiempo antes de que Clemente empezara a lanzar aullidos que más bien se asemejaban a los lamentos de una bestia salvaje que a las exclamaciones surgidas de pulmones humanos. Al sentir la hinchazón extrema de la cabeza de esa enorme verga en su garganta la jovencita apretaba sus labios con la esperanza limitar la extrema presión con la que salía el semen, sin saber que eso produce exactamente lo contrario. Clemente se vino con la presión de un burro en primavera, expeliendo semen en grandes cantidades a través de la garganta de la muchacha.
El semen de Clemente era tan espeso y cálido como abundante, y chorro tras chorro derramó todo el espermático contenido en la boca de Cielo la cual al no poder tragárselo todo, tuvo que soltar esa verga que seguía eyaculando en su cara. Al terminar, el espeso y blanco semen del vigoroso sacerdote rodaba por el cuello de la jovencita hasta alcanzar sus senos.
Arrodillada en la alfombra y recargada en el mueble como había quedado después del aparatoso y violento proceder de Clemente, esta vez la chica no se ocupó de despejar el semen de su rostro, en vez de eso se dedico a remamar y limpiar el todavía erecto miembro de Clemente, cuando de pronto sintió al superior colocándole una mano sobre su hombro.
— Ha llegado el momento de una nueva experiencia sobre la que tengo que instruirte, hija mía. —dijo el Superior cuando a continuación, Cielo giró hacia el superior para aplicar sus dulces y masturbantes labios a su ardiente miembro. — Hallarás en ella mayor motivo de dolor que de placer, pero los caminos de Venus son difíciles, y tienen que ser aprendidos y gozados gradualmente.
— Me someteré a todas las pruebas, padrecito — Murmuró Cielo . — Ahora ya tengo una idea más clara de mis deberes, y sé que soy una de las elegidas para aliviar los deseos de los buenos padres.
— Así es, bija mía, y recibes por anticipado la bendición del cielo citando obedeces nuestros más insignificantes deseos, y te sometes a todas nuestras indicaciones, por extrañas e irregulares que parezcan.
En seguida de esto, el superior tomó a Cielo de los cabellos como símbolo de dominio para que se levantara del alfombrado piso en el que estaba arrodillada, al tiempo que Ambrosio también tomaba con su mano empuñada otra parte de su fino pelo, y mientras parecían jalonearla cada uno hacía su lado haciéndola quejarse con un gesto de dolor, el superior continuó con su bizarra explicación del acto.
— Lo sé querida, pero debes saber que todo dolor hace que el cerebro libere endorfinas, la sustancia mágica que irrigada en la sangre debe contrarrestar el dolor. Pero cuando estas son liberadas por el acoso del deseo, se convierten en un poderoso anestésico que aparta por completo el sufrimiento, y el placer gana la partida.
E inclinándola ligeramente hacía atrás para que arqueara su espalda mientras la mantenían sujeta de los cabellos, el superior continuó:
— Ahora, deberás pararte lo más derecha posible mientras te damos algunos impactos en las piernas con el puño cerrado, pero no temas, los daremos con la parte del índice y el pulgar que es la que hace menos daño e impactaremos la parte trasera de tus piernas, el sonido del golpe será fuerte, pero el daño mínimo.
Y uniendo la teoría a la práctica, el superior dio el primer golpe haciendo estremecer a Cielo que se mantenía erguida y con los ojos cerrados, le siguió Ambrosio con otro golpe igual en la otra pierna, haciéndola moverse para reacomodarse en la erguida posición exigida por los sacerdotes, mientras el tirón a los cabellos la mantenía de cara al cielo, moviendo los labios con los ojos cerrados, como si rezara en silencio.
Los impactos continuaron, no solo a las piernas, sino a los brazos y costados del dorso, hasta que la jovencita empezó a quejarse con agudos chillidos, que curiosamente reflejaban una terrible excitación en vez de dolor, situación que el superior aprovecho para dar un respiro a su joven penitente, continuando con la instrucción mientras está caía de rodillas con la cabeza en el alfombrado piso.
— Este tratamiento que ahora conoces, tiene una simpática historia, se llama “Putiza”, que es un seudónimo de “golpiza”, la cual era aplicada por su dueño a las mujeres que vendían su cuerpo, cuando su conducta así lo ameritaba, pero cuenta la leyenda que el emperador en turno, compadeciéndose de estas infelices, promulgó una ley que prohibía pegar a esas mujeres con la parte frontal del puño, así como la del puño imitando un martillo, razón por la cual el único golpe válido, fue el que ahora conoces, y recibió el nombre de “Putazo”, cuando descubrieron que aplicado en ciertas áreas del cuerpo, lejos de ser un castigo, era un tratamiento que excitaba a esas mujeres, tal como lo estas experimentando ahora, en carne propia.
Un par de golpes más a las piernas, y Cielo quedó completamente acostada en la alfombra chillando de placer, y montándose sobre la espalda de ella para presionarla contra la alfombra, el superior la inmovilizó por completo mientras colocaba la mano empuñada sobre el costado de su bello rostro, haciendo presión con los nudillos entre quijada y oreja mientras le decía.
— ¡Lo ves preciosa ¡… Ahora ya sabes porque dicen que no hay mayor placer que clavar el puño en la cara de una puta que se ha portado mal con su dueño.
Dicho esto, entre ambos la agasajaron con furia sujetando con ambas manos toda zona pudenda de su cuerpo mientras la chica se revolcaba bramando de placer con el atormentado llanto de la lujuria, luego la ayudaron a incorporarse, y una vez de pie, el superior tomó a la muchacha colocándose tras ella, para darle un apretón de cintura pasando su erecto miembro bajo las abiertas piernas de ella, haciéndola sentir que montaba una sólida barra a la que podía ver sobresalir por el frente bajo su entrepierna, como si fuera parte de su cuerpo, y cerrando la abertura de sus piernas, Cielo tomó ese miembro para presionarlo en su bajo vientre con las palmas de sus manos, notando que la hinchada punta quedaba a escasos cuatro dedos de su ombligo, en seguida el superior hizo unas contracciones dorsales con las que simulaba clavar con furia su largo miembro una y otra vez, sacudiendo con fuerza el cuerpo de la Cielo penitente.
— ¡Así se culea preciosa! — Murmuró el superior en la nuca de la jovencita cuyo rostro y cabello aún estaban adornados por gruesos y blancos chorros de semen que aún le resbalaban lentamente desde la frente hasta la barbilla al tiempo que con los ojos cerrados expresaba el placentero sufrimiento que aún padecía.
Tras la “Santa Putiza” y el bestial agasajo, los tremendos jaloneos que el superior le había aplicado a sus adoloridas partes íntimas, en combinación con el apretado abrazo a su cintura, hacían que las piernas de la jovencita temblaran por la excitación.
En ese momento, el superior la tenía presionada contra el baúl acojinado, donde había perdido la virginidad a manos del bestial Ambrosio, y los otros dos sacerdotes que hasta ahora se habían mantenido a la expectativa, procedieron a estirarla de los brazos colocándola de cara al baúl de manera que dejara expuestas sus desnudas y hermosas nalgas al certero e inevitable ataque del miembro del superior, enseguida éste se colocó en la mejor posición tras su inexperta víctima, que aún no entendía el objetivo final de esas acciones.
Seguidamente, el superior apuntó la cabeza de su tieso miembro hacía el pequeño orificio situado entre las rotundas nalgas de Cielo , y empujando su bien lubricada arma poco a poco comenzó a penetrar en su orificio trasero, de manera novedosa y antinatural.
— ¡Oh!, ¡Por Dios! —gritó Cielo —. No es ése el camino ¡Ahyy!… ¡Por favor…! ¡Por favor!… ¡Piedad!… ¡Compadeceos de mí! . . . ¡Me muero!
Esta última exclamación le fue arrancada por una repentina y vigorosa embestida del Superior, la que provocó la introducción de su miembro de semental hasta la raíz. Cielo sintió que una serpiente se había metido en el interior de su cuerpo.
Pasando sus fuertes brazos en torno a la delgada cintura de Cielo para abrazarla, se apretó contra su dorso, y comenzó a restregarse contra su lampiña entrada, con el miembro insertado tan adentro del recto de ella como le era posible penetrar. La jovencita experimentaba las palpitaciones de placer que se hacían sentir a todo lo largo del henchido y tumefacto dardo, mientras recordaba con todo detalle los movimientos que el superior había hecho tras ella cuando estuvieron parados y lo que le dijo al oído, y ahora, con ese miembro de mulo clavado hasta la raíz, Cielo se mordía los labios mientras aguardaba los movimientos del macho, que sabía bien iban a comenzar y no pararían hasta llevar su placer al máximo.
Los otros dos sacerdotes veían aquello con envidiosa lujuria, mientras iniciaban una lenta masturbación.
En seguida el sacerdote accionó, tal y como lo había sentenciado, sacudiendo con ansia loca ese increíble nalgatorio, al que golpeaba contra su regazo con cada impacto de entrada, enloquecido de placer por la estrechez de aquella nueva y deliciosa vaina, que apretaba el tronco de su enorme verga como la empuñadura de una mano. El superior se movía con tanto vigor y energía, que Cielo se quejaba con el mismo ritmo con el que se movía su brutal violador, hasta que, con una embestida final, llenó de leche sus entrañas.
Resoplando fuego por sus narices, el enardecido sacerdote seguía aferrado a la cintura de Cielo tras la violenta embestida, sabedor de que él era el primer poseedor de esa virginal entrada, estaba engolosinado, como mosca en la miel, y no estaba dispuesto a ceder tan pronto su puesto al ansioso Ambrosio que también quería cabalgar ese trofeo. Así que tras un breve respiro, volvió a accionar con una serie de estocadas cortas y rápidas, chaqueteando con furia el apretado y firme anillado de su garrote, provocando el rítmico golpeteo con el que sacudía el inerte cuerpo de la joven penitente, y a medida que se aproximaba la eyaculación del sacerdote, Cielo empezaba a sentir lo propio en sus entrañas, y con sollozantes gemidos la jovencita arañaba como poseída el acojinado baúl, al sentir en su cuerpo como se aproximaban los transportes finales que acompañan al explosivo placer del orgasmo.
Un gruñido de fiera salió de la garganta del buen sacerdote anunciando el final de sus acciones, al tiempo que Cielo lanzaba un femenino pero fuerte grito de placer en el que exhalaba por completo el aire contenido en sus pulmones. El brutal tratamiento había provocado en las juveniles entrañas de Cielo el despertar de una emoción que anteriormente solo había sentido en su sexo, la inexperta y joven penitente seguía gritando de placer con expresiones de llanto, tras haber sentido por primera vez el orgasmo de sus entrañas.
Tras las violentas acciones, ambos quedaron inmóviles, como muertos, hasta que los otros dos sacerdotes ayudaron a separarlos.
Después, al tiempo que el superior extraía del cuerpo de Cielo , su miembro, todavía erecto y vigorizante, declaró que había abierto una nueva ruta para el placer, y recomendó al padre Ambrosio que la aprovechara.
El espectáculo del placer que habían experimentado sus cofrades le había provocado gradualmente un estado de excitación erótica que exigía perentoria satisfacción y el deseo por poseerla en esa forma era algo por lo que ardía de ansiedad.
— ¡De acuerdo! — gritó Ambrosio. —. Me introduciré por el templo de Sodoma, mientras tú llenarás con tu robusto centinela el de Venus.
— Di mejor que con placer legítimo — repuso el Superior con una mueca sarcástica.
— Sea como dices. Ahora seré yo quien se encargue de hacer gritar de placer a esta chiquilla. — Dijo Ambrosio.
Cielo yacía todavía sobre su vientre, completamente inerte encima del improvisado lecho, con sus redondeces posteriores totalmente expuestas, más muerta que viva, como consecuencia del brutal ataque que acababa de sufrir. Ni una sola gota del semen que con tanta abundancia había sido derramado en su oscuro nicho había salido del mismo, pero por debajo, su raja destilaba todavía la mezcla de las emisiones de ambos sacerdotes.
Enseguida, Ambrosio y Clemente la estiraron para levantarla, pero Cielo se hacía la pesada, quería seguir en esa posición, con la frente clavada en el acojinado baúl, Finalmente entre ambos la levantaron, y tuvieron que reír al darse cuenta de que la jovencita perdía el equilibrio al estar de pie, debido a las brutales emociones que los abusivos sacerdotes habían inducido en su cuerpo, y como si los tres estuvieran de acuerdo, Ambrosio la sujeto de los hombros, pero lejos de ayudarla a equilibrarse, la lanzó contra Clemente, quien sin darle a la jovencita oportunidad de reaccionar, rápidamente la lanzó contra el superior, y este de nuevo contra cualquiera de ellos. Así continuaron durante varios segundos, riendo a carcajadas con ese juego cruel, hasta que la novata chica se desplomó rendida, y antes de que cayera al suelo, Ambrosio la sujetó, pero esta vez para colocarla a través de los muslos del Superior, que, para ese fin, se había recargado en el baúl. Cielo completamente mareada y al punto del desmayo, se encontró de nuevo con el llamado del todavía vigoroso miembro del superior adentrándose en su colorada vulva. Lentamente lo guio hacia su interior, hundiéndose sobre él. Al final entró totalmente, hasta la raíz, quedando montada sobre el superior, con sus piernas bien extendidas a ambos lados de él.
En ese momento, el Superior pasó sus vigorosos brazos en torno a la delgada cintura de Cielo , para atraerla sobre sí y dejar sus amplias y deliciosas nalgas frente al ansioso miembro de Ambrosio, que se encaminó directamente hacía ese tierno y recién abierto orificio, el cual ahora mostraba la brutal abertura que el superior le había hecho, como prueba fiel y marca imborrable, que daba fe del salvaje encolamiento con el que ese orificio había perdido la virginidad. No obstante, esa ventaja, Ambrosio tuvo que vencer las mil dificultades que se presentaron, pues para Cielo , ser usada por el superior en esa forma, era una cosa, pero Ambrosio era casi un burro, como Clemente, y la chica trataba en vano de negociar el cuidado de esa forzada penetración con un ansioso Ambrosio que no entendía razones, y del cual difícilmente se podía defender teniéndolo a sus espaldas mientras era dominada por el fuerte abrazo del superior al frente. Sin embargo, al cabo de casi cinco minutos de forcejeos y suplicantes quejas, entre ambos hombres terminaron por someterla, y tras una serie de vigorosas sacudidas de avance, con una estocada final, el lascivo Ambrosio quedó enterrado tan adentro de las entrañas de su víctima, como lo había estado minutos antes el superior, situación que ambos sacerdotes aprovecharon para reacomodarse, ahora el superior subía su abrazo al talle de la espalda, dejando a Ambrosio la breve cintura de la que se abrazó de inmediato. Y ahora, que ambos sacerdotes estaban perfectamente cómodos y en inmejorable posición para empezar a moverse, Cielo por fin había dejado de luchar, sabedora de que para ella no había otra opción que dejar gozar a los sacerdotes hasta saciarse, se había quedado completamente inmóvil, tan quieta y silenciosa como una muñeca de trapo, con los brazos y las piernas colgando y sin fuerzas, tanto por el dolor que sentía como por el apretado par de abrazos con el que ambos hombres la tenían asegurada.
Y ahora, con una firme estaca en su vagina y una verga de burro en el culo, quejándose con agudos y sofocados gemidos, Cielo sentía como Ambrosio era el primero que empezaba a moverse, con la misma furia de su anterior atacante, haciendo pausas para retardar lo más posible su desahogo, y en cuanto éste se detenía, sentía los vigorosos movimientos con los que el Superior continuaba embistiéndola por delante.
Así continuaron ambos sacerdotes, turnándose para aplicarle a su Cielo penitente esos vigorosos movimientos de entrada y salida con los que sacudían todo su hermoso cuerpo, los cuales cada vez hacían mayor efecto en la chica, cuyas quejas de dolor pronto terminaron por transformarse en verdaderos gruñidos de placer.
De pronto, Los movimientos del superior se hicieron más rápidos, hasta que rugiendo como fiera, llegó al final, y Cielo sintió su sexo rápidamente invadido por la leche. La jovencita no pudo resistir más, y se vino abundantemente, mezclando su derrame con los de sus atacantes.
Ambrosio, empero, no había malgastado todos sus recursos, y mientras el superior se retiraba, éste seguía manteniendo a la linda muchacha firmemente empalada y fuertemente abrazada de la cintura.
Clemente no pudo resistir la oportunidad que le ofrecía el hecho de que el Superior se hubiera retirado para asearse, y viendo como la chica con las piernas bien separadas se balanceaba sobre sus zapatillas de tacón alto, inclinándose hacía el frente para acoplarse con Ambrosio, se lanzó sobre el regazo de ella para conseguir casi enseguida penetrar en su interior, ahora liberalmente bañado de residuos viscosos.
Con todo y lo enorme que era el monstruo del pelirrojo, Cielo encontró la manera de recibirlo, y durante unos cuantos de los minutos que siguieron, no se oyó otra cosa que los suspiros y los voluptuosos quejidos de los combatientes.
En un momento dado los movimientos de ambos sacerdotes se hicieron más agitados. Cielo sentía como que cada momento era su último momento. El enorme miembro de Ambrosio estaba insertado en su conducto posterior hasta los testículos, mientras que el gigantesco tronco de Clemente, hinchaba de nuevo el interior de su vagina, provocándole de nuevo a la chica la misma emoción que sintió con la perdida de la virginidad de ambos orificios.
La joven era sostenida por los dos hombres, con los pies bien levantados del suelo, y sustentada por la presión, ora del frente, ora de atrás, como resultado de las embestidas con que los sacerdotes introducían sus excitados miembros por sus respectivos orificios.
Cuando Cielo estaba a punto de perder el conocimiento, advirtió por el jadeo y la tremenda rigidez del bruto que tenía delante, que éste estaba a punto de descargar, y unos momentos después sintió la cálida inyección de flujo que el gigantesco pene enviaba en viscosos chorros.
—¡Ah…! ¡Me vengo! —gritó Clemente, y diciendo esto inundó el interior de Cielo , con gran deleite de parte de ésta.
—¡A mí también me llega! — gritó Ambrosio, alojando su poderoso miembro todavía más adentro de lo que ya estaba, al tiempo que Cielo sentía como con cada una de las pulsaciones de la enorme verga que tenía clavada hasta los testículos, ésta se engrosaba desde la raíz hasta la endurecida punta, lanzando furiosos y calientes chorros de semen que circulaban dentro de sus intestinos, provocándole una emoción tal, que la hizo gritar repetidamente para luego quedar desfallecida en un llanto de placer.
Así continuaron ambos sacerdotes, abrazados con fuerza a esas Cielo s formas, vomitando el prolífico contenido de sus cuerpos en el interior del de Cielo , a la que proporcionaron con esta doble sensación un verdadero diluvio de goces.
(Ofrece a tus sentidos la honestidad del alma, y no te avergüences jamás de la original naturaleza de ese sentir, porque éste, en si mismo es divino, y negarlo, una ofensa es a la divinidad misma.)
Luego de una larga espera de cinco semanas, en que Cielo había tenido que salir de viaje a visitar con su tía parientes en otra ciudad, a su llegada, la joven a petición de ellos, se reunió con los tres sacerdotes en el mismo lugar.
En esta oportunidad Cielo había puesto mucha atención en su “toilette”, y como resultado de ello parecía más atractiva que nunca, vestida con prendas preciosas, femeninas zapatillas de tacón alto, y una finísima mascada anudada a su cuello que hacía un magnífico juego con el resto de las vestimentas.
Continuará…

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