-¿Te gusta cogerme en cuatro?
-Me encanta.
Así terminó una de mis sesiones de sexo prohibido con Cristina, una alumna de mi clase de biología. Ahora que se graduó y ya no le doy clases, he decidido contar mi historia, de como le quité la virginidad y luego teníamos sexo seguido saliendo de clases. El mejor sexo que he tenido en mi vida.
Resulta que conseguí trabajo dando clases en un bachillero de mi ciudad. Recién había concluido mi maestría en Biología y acepté porque el salario es bastante bueno. Y es bastante bueno porque este no es un bachillerato convencional: es el más exclusivo y elitista del estado. Solamente hijos de gente con buenos medios económicos pueden asistir aquí.
Los primeros días, me sentía intimidado por el prospecto de dar clases a un montón de niños adinerados, pero después de un rato noté algo interesante: en ese bachillerato abundaban las tías buenas. No sé si lo hacían sin querer o si lo tenían en mente, pero muchas usaban la faldita azul del colegio muy arriba de las rodillas. Con sus calcetas blancas y las blusas ajustadas, verlas en los recesos era un deleite para la pupila: nalgas, senos y piernas que estaban como para morirse. Y una que otra de vez en cuando se agachaba y uno podía apreciar sus jóvenes sexos.
No sé si lo hacían sin querer o si lo tenían en mente, pero muchas usaban la faldita azul del colegio muy arriba de las rodillas.
Debo aclarar que, pese a todo, siempre he sido un maestro exigente. El primer periodo en que enseñé reprobé a más de la mitad del salón, y me gané mi reputación como uno de los maestros más exigentes y estrictos, a pesar de mi corta edad.
En uno de mis grupos, había una tía llamada Cristina. Siempre era una alumna de excelencia, de las mejores de mi clase, pero en uno de los periodos salió bastante mal y no tuve otra opción que reprobarla.
Hay algo que deben saber: Cristina era una de las tías más buenas del colegio. A sus 17 añitos, tenía cabello castaño ondulado, era alta, tenía ojos verdes, senos pequeños pero en su lugar y, oh dios mio, su mayor atributo era su tremendo culo, tan delicioso que siempre que usaba uniforme deportivo se le marcaba toda la tanga a través del pants, y cuando usaba falda uno podía ver que sus torneadas piernas terminaban en un culo que, más de una vez, fue protagonista de mis fantasías de masturbación. ¡Ah! Y como sabiendo lo que tenía, siempre que te hablaba tenía un erotismo en su voz que te daban ganas de desnudarla ahí mismo y penetrarla sin cesar. Una delicia.
Reprobé a Cristina porqué me gusta separar mi trabajo de mis deseos sexuales. El día que di calificaciones, al final de clases me fue a ver a mi oficina. Le expliqué porque había reprobado, y le di a entender que no había opción, que su calificación se quedaría así.
-Profe, usted no entiende. Si repruebo mis papás me matan.
-Hubieras estudiado más, le dije.
-Es que me distraje profe, pero no puedo reprobar. Tiene que ayudarme.
-No puedo ayudarte. Las reglas son iguales para todos.
Cristina se quedó sentada, pensando. Cuando iba a salir ya de mi oficina, me dijo: -¿Y si nos pudieramos arreglar de otro modo?- Me dijo, con su voz aún más erótica que de costumbre. Ya sabía yo por donde iba esto.
-Ah, ¿Sí? ¿Y qué propones?
-Bueno, he notado como me mira entre clases, me dijo. Y es verdad, siempre le veía su tremendo culote. Pero no me culpen, era tan delicioso que cualquiera en mi lugar lo habría hecho.
-Podemos arreglarnos de otra forma, profe. Una forma más física.
Cristina hizo que me sentara de nuevo en mi escritorio. Se acercó a mi y me empezó a acariciar la verga por encima del pantalón.
-¿Qué dice? ¿Le parece? Me dijo. No le contesté, pero esas caricias que me daba en mi pito me calentaron lo suficiente. La comencé a besar.
-Quítate la falda. Rápido. Le dije. Me paré para cerrar con seguro la puerta de mi oficina mientras Cristina se quitaba la falda.
Parecía virgen, o si no, estoy seguro que no había tenido sexo más de una vez. Estaba bien apretadita.
Mis sospechas quedaban confirmadas: su culo era perfecto. Redondo y paradito. La acerqué a mí y le comencé a bajar su tanga color rosa. No pude contenerme. Le dije que se reclinará y comencé a lamer su vagina. Parecía virgen, o si no, estoy seguro que no había tenido sexo más de una vez. Estaba bien apretadita. La lamía y saboreaba los jugos que salían de ella. Quería tener su culo en mi cara todo el día.
Me quité el pantalón y me baje el boxer. Me saqué mi verga, ya parada y todo.
-Ven, chúpamela toda.- Le dije.
Cristina se metió la verga despacio, poco a poco, en su boca. La saboreaba con sus labios pintados de rojo. Una vez la vi lamer una paleta y me imaginé lo rico que mamaría verga. No me equivoqué. La mamaba delicioso.
Tenía la verga húmeda por tanto que me la mamaba y le dije que se pusiera en cuatro. Por fin. Una de mis fantasías se hacía realidad: metérsela a Cristina en cuatro patas, mientras contemplaba su tremendo culo.
Le metí la puntita. No porque quisiera sino porque la tenía tan apretadita que me costó un poco que entrara toda mi verga. Quien lo diría: Cristina, la alumna estrella, gritaba y gemía como nadie con quien me hubiera acostado antes.
-¡Ah! Si profe, ¡Sí!. Más rápido, más rápido.
Le solté una nalgada y le dije: -¿Te gusta puta? ¿Te gusta? ¿Quieres que te de más duro?-
-Sí profe, sí. ¡Más duro!
La cambié de posición y la puse de lado, para poder penetrarla por atrás mientras estaba acostada. Ya su vagina se había abierto bien y yo se la clavaba durísimo. Mi verga estaba mojada de tantos jugos que estaba soltando.
-¿Así? ¿Quieres que me venga adentro? Le dije
-No, no. Afuera, afuera. Me dijo.
-Bueno, entonces mámamela de nuevo para que salga toda la leche.
-Si, profe.
Me la siguió mamando, despacio y rico. Mi verga ya estaba a punto de explotar.
-¿Quieres tener 10 de calificación?
-Sí, profe, sí.
-Entonces deja que me venga en tu cara.
Le quite sus lentes negros para que no se le fueran a chorrear de mi lechita y le hice su fleco para atrás.
-Ya me voy a venir, ya me voy a venir, le decía.
-¡Sí! Démela toda profe.
Me dio una última lamidita en la punta de mi verga y, como si fuera una bomba, un montón de mi lechita cayó sobre su cara. Una parte cayó sobre su cabello.
Cristina se limpió la cara, me dio un besito y se fue. Le puse el 10 que quería. Pero parece que esa experiencia le gustó, porqué no fue la última vez que me la volví a coger. Con el tiempo, llegué a conocer ese culo como la palma de mi mano. Pero eso se los cuento después.