UNA TARDE INCORRECTA – I

Es increíble como una persona puede luchar para tomar una decisión, que muchas veces termina siendo incorrecta, ver como los sentimientos pelean con las razones y notar que ambos no se llevan de la mano,

 Es increíble como una persona puede luchar para tomar una decisión, que muchas veces termina siendo incorrecta, ver como los sentimientos pelean con las razones y notar que ambos no se llevan de la mano, cuan incompatibles son… ver cuánto influye nuestro entorno y asumir cuan influenciables somos las personas, nuestros conocidos, amigos, cuento asusta el ‘qué dirán’, cuantos nos duele una determinada situación, cuánto pesa la crianza, los conceptos estructurados, la sociedad, el miedo a sentarse en el banquillo, solo para ver como muchos te acusan, solo para ver como otros tantos se burlan, y todo, todo eso se hace una bola tan grande, tan imparable, tan agobiante, tan asfixiante que… hasta te pueden hacer perder un amor, aunque luego llores a escondidas, aunque el dolor te haga arrastrar por los rincones, aunque te arrepientas por toda la eternidad…

Mi nombre es Roberto, aunque todos me llaman Robert, estoy llegando a los cuarenta, divorciado, dos niñas.

Hace tiempo trabajo en un negocio de venta al público de telas, en lo del turco Samuel, en un negocio céntrico que ya es tradicional en mi ciudad.

El viejo Samuel pisa los setenta, y su negocio es su vida, un tipo sucio y avaro, vigilante de cada centavo, él siempre dice que no tiene empleados, que todos somos una gran familia y que nos quiere como hijos, pero lo cierto es que eso es solo marketing barato, ya que nos paga lo mínimo e indispensable que indica la ley.

Y esa gran familia, como él dice, aparte de mí, la integraban José, Mariano, Carlos y Fátima, todos los empleados que llevamos el negocio adelante.

José es el más veterano, pisa los cincuenta, el tipo de la experiencia, el que sabe todo de memoria, donde está cada cosa, y que hay en cada lugar, es el único con familia formada actualmente, lleva muchos años de matrimonio, en esos amores eternos de películas que hoy en día ya están en extinción, un poco él es mi consejero, tiene siempre una visión a largo plazo, un tipo que se hace el recio, pero en el fondo es un tierno, de piel oscura, cabellos prematuramente encanecidos y gruesos bigotes, de mirada inquietante, de voz ronca y respirar cansino, fumador empedernido, de dientes amarillentos percudidos por años de tabaco.

Mariano, recién pasado los treinta, el otro divorciado, según cuenta estaban juntos por conveniencia y al separarse sintió sacarse un peso de encima, había vuelto a las aventuras como suele decir. Un hombre espigado, alto, de cuidarse en gimnasios, bastante presumido y atento con su cuerpo, de esos que siempre se afeitan, que se ven pulcros, siempre luciendo sus cabellos mojados como si hubiera salido de una ducha, elegante por naturaleza, formal para vestir.

El estudiaba leyes por la noche, en la facultad, algo que había dejado cuando había formado pareja y que había retomado luego del divorcio.

Carlos, o Charly, tipo raro, el más joven, veintisiete, él decía que moriría soltero, un muchacho que la naturaleza no le había regalado nada, gordito, cabezón y calvo, si… no llegaba a los treinta y casi no tenía pelos, pero el ganaba con palabras lo que le faltaba en belleza. Era un tipo triunfador, de los que te envuelve con palabras y curiosamente si algo le sobraban eran mujeres, de esos personajes que de haber tenido la oportunidad se hubieran cogido hasta la propia madre.

El hacía dos años que estaba en el local, y en ese tiempo él había puesto todo patas para arriba, hablando de sexo en cada oportunidad, de coger, de conchas, de mujeres, de pijas, de amigas, de putas, y un poco en broma y un poco en serio nos había arrastrado a todos a ese juego, hablando de amantes casuales, pasando información de amigas, y nos había hecho cómplices de esa forma de vivir teniendo el sexo a flor de piel en cada instante, a todos, incluso a Fátima…

Fátima era una de las sobrinas del viejo Samuel, la persona de confianza, por lo tanto, la única que manejaba el dinero, la que tenía acceso a la caja.

Treinta y dos años, soltera, en un amor condenado al fracaso, ella esperaba infructuosamente que su novio le propusiera casamiento, pero por lo que contaba ese tipo lo que menos intención tenía era proponerle casamiento, solo jugaba con ella y ella era la única que no quería verlo.

Él estaba siempre de viajes, con sus amigos, y ella solo parecía ser un repuesto para él.

Muchos viernes ella se iba contenta, porque estaría el fin de semana con su novio, y muchos lunes volvía decepcionada, ni siquiera la cogía y ella nos decía que necesitaba verga, literal, y aclaro que esto era mérito de Charly, porque ese hijo de puta le sacaba todos los detalles, hasta los que una mujer no quisiera contarle a un hombre…

Una tarde incorrecta – parte 1

Y yo era un tonto que empecé a mirar a Fátima con ojos de hombre, me gustaba su sonrisa, y sufría por la forma en que la engañaba ese famoso novio que la tenía a mal traer, y por lo tonta que era al permitir esos engaños.

De estatura mediana, a mis ojos se hacía muy bonita, y me atraía más de lo normal, cabellos castaños oscuros que aclaraba en líneas de rubios de peluquería, a media espalda, ojos entre miel y marrones, según la luz, y de contextura justa, ni delgada ni gorda, como que cada parte de su cuerpo era armónica con el resto, y me gustaba su forma de ser, de hablar, de tratar, palpaba en ella una mujer sincera, honesta, de buen corazón.

Fátima estaba en ese punto de equilibrio justo que creo que tiene toda mujer, en esa edad que se es suficientemente madura para una sexualidad plena, y que aún se es joven para tener toda la vitalidad, en ese punto en que la belleza llega a su máximo esplendor, y en ese punto donde la soltería empieza a doler y siente que necesita formar una familia, y empieza a ver en cada hombre la última oportunidad, el último tren…

Y sentí un amor oculto hacia ella, un amor que no era correspondido, puesto que ella esperaba pacientemente a que su novio le propusiera algo más, y tal vez se notara en mis gestos, en mi trato, pero mi timidez nata me impedía avanzar sobre ella, seguramente por miedo al fracaso, porque íntimamente tenía terror a un ‘no’ de su parte.

Y teníamos una confidencia no muy común en un ambiente de trabajo, Charly nos había arrastrado sin querer a eso, sexo, sexo y más sexo, y que Fátima nos contara abiertamente cuanto hacía que no cogía, o cuando estaba con la regla, o que lencería usaba, al menos para mí no dejaba de ser curioso y excitante a la vez, si hasta José, el único formal y el más veterano del grupo se prendía en la jarana y era uno más de nosotros, si bien no le gustaba hablar de su mujer, cada tanto le hacíamos morder el anzuelo…

Y toda esa camaradería, toda esa complicidad, se desmadró hace meses…

Recuerdo que Fátima estaba muy contenta, cumplía siete años de largo noviazgo y todo hacía prever que le propondrían matrimonio, algo que ella daba por descontado y que, si bien a mí no me hacía mucha gracia, pues yo me alegraba por ella, y Charly como siempre, bromeaba con que al fin se comería una buena verga, me sonrío al recordar que le decía que llevara cremita para el culito…

Pasó el lunes, martes, miércoles y jueves con una sonrisa de oreja a oreja, dando por descontada la propuesta que recibiría por la noche.

Pero el viernes, ella era otra chica, su cara estaba demacrada y sus ojos hinchados de tanto llorar, habían discutido, su novio no tenía ninguna propuesta, nada en mente, ni siquiera recordaba que cumplían años, y por si fuera poco le había dicho que se iba con sus amigos un mes a las playas de México…

No hay que agregar mucho más, ni entrar en detalles, Fátima estaba al borde de un colapso nervioso, incluso hasta parecía dopada por ansiolíticos que había ingerido, todo había terminado en un abrir y cerrar de ojos.

Creo que por primera vez la atmósfera estaba tensa, no había lugar para bromas, y fue Charly quien dijo

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-Chicos, miren, para el domingo anuncian buen tiempo, que les parece si le pido la lancha a mi viejo y nos vamos al río a pasar el día?

Acá comento que en mi ciudad está bordeada por un hermoso río, con islas al frente, y es un lugar obligado para los fines de semana, un sitio con arena, sol y agua, donde se amontona la gente para salir del cálido cemento.

Nos pareció una buena idea, Mariano y yo nos sumamos de inmediato, y empujamos a un ‘si’ un tanto obligado por parte de Fátima, consiente que todo esto era solo por ella. Solo José, en forma previsible nos agradeció, pero el hacía vida de familia y estaba alejado de nuestras rutinas de personas libres, como el solía llamarnos.

El domingo pasada media mañana nos encontramos los cuatro en el embarcadero, como habíamos quedado, Fátima fue la última en llegar con un refrigerador de mano a cuesta, ella era la encargada de los emparedados y nosotros de las bebidas, estaba hermosa, con una blusa negra y un holgado short en color crema, sandalias taconas, lentes de sol que cubrían la mitad de su rostro y una capellina para proteger su cabeza de las altas temperaturas. Terminamos de subir las cosas, la lancha ya estaba lista y disponible, así que con rapidez emprendimos el cruce del río.

Y en la lancha abrimos unas latas de cerveza, como para empezar el día, hacía calor, la panza de la lancha rebotaba en el agua una y otra vez a medida que avanzábamos hacia las islas del frente.

Charly parecía un viejo lobo de mar, y en lugar de parar en los típicos balnearios que se veían agolpados de gente, se introdujo lentamente entre los islotes, en pequeños remansos que parecían formar un complejo laberinto.

Pronto nos vimos aislados del mundo, perdidos en la nada, entre agua, arena, árboles y sol, un paraje más propio de una película de náufragos que de una ciudad en fin de semana.

Bajamos las cosas, nos acomodamos, a medio sol, a media sombra, y llegó el momento que estaba esperando, en verdad no solo yo, Charly y Mariano también, hora de tomar sol…

Fátima saco una esterilla para ponerse cómoda, la acomodó, dejó la capelina de lado, y solo se quedó en traje de baño, un sostén armado en color y una pequeña tanga a rayas que dejaba sus glúteos casi desnudos, era preciosa, y sabía que mis amigos la miraban con ojos de lobos, pero yo solo tenía mirada de cordero…

Pasaron las horas, entre cervezas y charlas de sexo, mas cerveza, mas sexo y la atmósfera poco a poco se tornó caliente, más caliente que el mismo sol que nos alumbraba…

Empezaba a atardecer, el sol ya no quemaba tanto, Charly y Mariano decidieron ir a refrescarse al agua del río, una vez más, ella y yo quedamos solos, en una intimidad no buscada.

Fátima estaba recostada mirando el agua, tomando sol boca abajo, yo estaba sentado tras ella, solo mirando su figura, su piel transpirada, su culito que se mostraba insinuante, y sus piernas que se movían al compás de una canción que tarareaba en voz baja, yo solo la miraba…

De pronto ella giró su rostro para donde yo estaba, me sorprendió mirando su culo, creo que las mujeres tienen un sexto sentido para adivinar cuando las estamos mirando, no pude decir palabra, ella se rió de mí, sabía que estaba en problemas…

Fátima entonces sacó su bronceador y me pidió que untara su espalda, y fui sobre ella, tonta e inocentemente, puse crema sobre su piel, por su espalda, empezando por los hombros, bajando lentamente, hasta llegar a la línea de cintura, donde paré y le devolví el envase, pero ella dijo

-Robert… no me pondrías en la colita también? estoy muy cómoda….

CONTINUARA

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