Señor Solomon

En mis años de estudio me había inclinado por la medicina, me gustaba todo lo relacionado con cardiología, pero no llegué a recibirme, honestamente me faltaban neuronas

Mi nombre es Aidé, vengo a contarles mis vivencias con el señor Sólomon.

En mis años de estudio me había inclinado por la medicina, me gustaba todo lo relacionado con cardiología, pero no llegué a recibirme, honestamente me faltaban neuronas, los estudios se me hicieron cuesta arriba, en un momento todo me pareció complicado, demasiado complicado.

Opté entonces por una carrera parecida, fui de lleno a estudiar enfermería y hoy soy enfermera.

En esos estudios conocí al que hoy en día es mi esposo, con el cual tengo dos hijos, una niña y un niño.

En nuestros primeros años habíamos estado haciendo enfermería en algunos que otros dispensarios de salud, hospitales, sanatorios, pero con el tiempo habíamos cambiado a instituciones privadas, como geriátricos, donde la paga era mucho mejor y la vida mucho más tranquila.

Así fue como conseguí empleo en el geriátrico ‘Plenitud’, un sitio en el corazón de la ciudad, cuya dueña es una acaudalada mujer que por alguna loca razón solo toma personal femenino para la atención de los abuelos.

La señora Raquel es muy férrea con el trato, tanto para nosotras, enfermeras y doctoras, como para las personas de la tercera edad, para todo había horarios, para todo había directrices, para todo, era su forma de llevar las cosas adelante, ‘disciplina’ parecía ser su segundo nombre.

El lugar era un viejo hospital público levantado en los años cincuenta, que con el pasar del tiempo fue quedando abandonado a su suerte.

Poco a poco la falta de mantenimiento se hizo notoria y preocupante, a principios de siglo el gobierno de turno decidió levantar un nuevo y moderno centro médico y el sitio tuvo sus horas contadas.

Fue cuando Raquel, mujer de negocios lo compro por pocos pesos para restaurarlo y convertirlo en un geriátrico que poco a poco se fue haciendo conocido, y con ello, el nivel de quienes podían pagarlo.

Así fue como empecé a trabajar en ese lugar, haciendo turnos rotativos y me empecé a involucrar en ese mundo nuevo.

Había en ese momento cuarenta y dos abuelas, y apenas cinco abuelos, como generalmente sobrevivimos a los varones el número me pareció normal, y entre todas esas personas tomó relevancia el nombre Samuel Sólomon

El viejo Samuel había pasado los ochenta años, un hombre calvo, de mediana estatura, un tanto obeso y otro poco jorobado, tenía unos riquísimos ojos celestes y cristalinos que movía inquietamente, de rostro chupado y arrugado, con una prominente nariz que parecía una pipa.

Dada su edad tenía algunos problemas de salud, había perdido el habla, y le costaba desplazarse, de hecho, lo hacía pasito a pasito, lentamente y apoyado en su lustroso bastón con cabeza de tigre.

Samuel era un acaudalado judío venido a menos, tenía cuatro hijos y demás parientes que jamás lo visitaron, jamás, creo que ni siquiera pudo conocer a todos sus nietos.

Podría decirse que el viejo estaba abandonado a su suerte de no ser por su esposa, que cada tanto se daba una vuelta por el geriátrico, mas por ser políticamente correcta que por el verdadero interés que supone una relación de pareja.

Ella era mucho mas joven, aparentaba unos sesenta bien puestos, y era evidente que su esposo se había transformado en una carga, ella solo ostentaba billetes, ropas, alhajas y contaba de viajes alrededor del mundo, a viva voz, como si a alguien le importara…

Puertas adentro, Samuel parecía un hombre tranquilo, esas personas que ya vivieron todos los años y que están entregados a la llegada de la parca, estaba solo, en una de las habitaciones mas caras y modernas del lugar, donde se daba todos los gustos.

En las charlas de meriendas con las chicas, con las otras enfermeras de turno, siempre salían anécdotas chistosas de los viejitos, los que te hacían reír, los que te hacían enfadar, los que te contaban cien veces las mismas historias, o hablábamos de la nueva que había llegado, o de la pobre que había fallecido.

Y cuando era el turno de hablar del señor Sólomon, el tema risueño de las chicas era siempre el mismo… ‘la verga del viejo’

Ellas comentaban admiradas por el anormal tamaño del pene del vejete, era habitual que dada su escasa movilidad tuvieran que asearlo, y bueno… ellas solo lo hacían quedar como un viejo pijudo.

Y en los primeros tiempos yo solo me reía de sus comentarios, hasta que llegó mi turno de hacerlo…

Recuerdo que ese día estaba fastidiosa, luego de cubrir mi turno matutino, tuve que quedarme por la tarde, una de las chicas se había enfermado y casi me obligaron a hacer horas extras, eso implicaba dieciséis horas continuas de trabajo y terminaba trastocando todo mi día.

Era por la tardecita, estaba cansada, solo quería irme a casa, pero las enfermeras de la tarde no tuvieron mejor idea que mandarme a higienizar al viejo.

Fui hasta su habitación, era el último trabajo por ese día y luego a casa…

Saludé al anciano y le dije que era hora de bañarse, mientras fui a llenar la tina, a buscar prendas limpias y por las toallas, jabones y perfumes.

Samuel solo miraba mi deambular por el cuarto tal vez queriendo decir algo, pero el solo podía comunicarse por señas.

Lo ayudé a desvestirse, hasta dejarlo en ropa interior, no era necesario más, a pesar de su movilidad reducida podía aun hacer cosas básicas, así fue como en unos minutos estaba sumergido en agua tibia para un rico baño.

Fui a su lado, tomé un jabón y una esponja y empecé por su pecho, sus brazos y su espalda, encerrada en mis pensamientos tarareando una canción de moda, como desconectada del viejo que se entregaba mansamente a todos nuestros requerimientos.

Bajé a su vientre, y claro, llegué a su entrepierna, bajo el agua, fue la primera vez que tuve contacto con su pene, mierda, era una serpiente! me asusté… recordé de repente todo lo que las chicas contaban, y como acto reflejo miré a los ojos celestes del anciano, el me miraba como siempre, pero en sus ojos noté el brillo de una persona que a pesar de los años mantenía un tono libidinoso, como agradeciendo la detenida higiene que le daba…

Y empecé a lavárselo de una forma muy rica, mierda, me sentí puta, pero acariciar todo eso bajo el agua era demasiado tentador, una vez, otra, se sentía tan largo, tan grueso, me excedí de mi rol profesional, ya no lo estaba lavando, ya estaba mojando mi intimidad con tanto juego perverso…

Miré nuevamente al viejo, el tenía dibujada una sonrisa, como un niño, disfrutando lo que yo le estaba regalando, fue cuando recapacité acerca de lo que estaba haciendo, así que solo terminé mi trabajo como se suponía que debía hacerlo.

Fue loco y raro ese día, mi enojo de las horas acumuladas de trabajo fueron compensadas con una inesperada presentación del juguete que ocultaba el señor Sólomon.

Intenté que eso fuera solo una anécdota para contar algún día, pero esa verga enorme me había marcado si quererlo, y cuando hacía el amor con mi marido me encontraba sin proponerlo imaginando situaciones con ‘eso’ que había acariciado, pero aún no había visto.

Los días siguieron, pero algunas cosas habían cambiado, cuando las chicas hablaban de la pija del viejo yo me sonrojaba y me retraía, y que decir del viejo, Samuel no hablaba, pero me miraba de una forma provocativa, sabía que me decía con sus ojos

Gorda puta… como te gustó mi pija…

Y día a día, toda esa situación de pensamientos, sentimientos, deseos prohibidos, confusiones se iban haciendo una bola de nieve, cada vez mas grande, cada vez más difícil de detener, decidí hacer lo que debía hacer…

Como dije, era enfermera, pero casi era médica, sabía bastante, estudié cuidadosamente los antecedentes clínicos del viejo y toda la medicación que tomaba, tracé un plan minucioso y perfecto, paso a paso, nada librado al azar.

Esa tardecita, tomé el turno para su ducha, estaba excitada por lo que sucedería, o como yo había imaginado que sucedería.

Fui a su habitación, el viejo estaba como de costumbre, solo, mirando la tv, lo saludé para llamar su atención, entré y cerré la puerta echándole llave, hecho que no pasó desapercibido por el anciano quien se quedó observando lo yo hacía.

Hola Samuel! Como estamos hoy? Vamos a hacer algunos ejercicios especiales… pero tranquilo, yo me encargaré de todo… lleno la ducha y te ayudo a quitarte la ropa, si?

El viejo asintió con la cabeza, sin siquiera imaginar cual eran mis planes, fui a llenar la tina, como de costumbre, solo por si alguien viniera y tuviera que dar explicaciones, volví con el viejo, le alcancé un vaso de agua el medicamento que tomaba cada día a esa hora, pero claro, sutilmente cambié la pastilla, era una pastilla mágica de esas que ayudan a los hombres, no iba a morir por eso…

Empezó a desvestirse, como lo hacía cada día, solo que esta vez yo lo ayudé a desnudarse, seguramente esto llamó la atención del viejo, pero solo me dejó hacer…

Al fin, al fin estaba desnudo, sentado al borde de la cama, al fin pude ver su sexo, lo que quería ver, su terrible verga colgaba como un péndulo, el glande circunciso del judío era redondo y llamativo, si así era muerta imaginé lo que sería erecta, sus testículos colgaban llamativamente, parecía un toro, apenas unos bellos blancos alaciados poblaban su pubis…

Mi vista estaba fija en su verga, no podía abstraerme, me mordí el labio inferior en puto deseo, luego me los ensalivé pasando mi lengua y empecé a adularlo con palabras para conseguir lo que quería conseguir, el viejo perverso ya había notado como venía el juego, le dije

Que pedazo de verga tiene señor Sólomon! Caigo de rodillas ante ese monumento… le gustaría que esta gordita hiciera algo por usted? Tengo unas ganas locas de chupársela toda…

Poco a poco, la mezcla del viagra que le había hecho ingerir y mis putas palabras provocándolo comenzaron a hacer efecto, y lo que parecía imposible se hizo realidad, la enorme verga de ese viejo de mas de ochenta años empezó a endurecerse, a elevarse, a hacerse más y más grande, mierda… me mojé toda de solo observar, aflojé mi delantal solo para que el veterano se calentara con mis enormes tetas, que rica perversión… a todo esto su glande ya pasaba la línea de su ombligo…

Decidida fui sobre Samuel, la enfermera gorda y picarona le daría una lección que jamás olvidaría, me arrodillé en el piso, entre sus piernas, miré sus ojos, el no podía decir palabra, pero su mirada lo decía todo.

Su verga era lo mejor que había visto en mi vida, su cabeza era intimidante, su tronco parecía no tener fin, gruesas venas se marcaban, empecé a sobarlo con una mano, al no tener prepucio ese glande enrojecido lucía tentador, llevé mi otra mano para cubrir el tronco, no lograba rodearlo, no lograba cubrirlo, miré por ultima vez el rostro del anciano, para hacer lo que quería hacer…

Llevé mi boca golosa directo al pecado, solo pasé mi lengua como si se tratara de un dulce, esos dulces que una quiere que duren para siempre, desde abajo, hasta la punta, lentamente, muy lentamente, llenándolo de saliva, luego usé mis manos, en círculos alternos, una sobre otra, hacía todo muy lento, muy pausado.

Fui entonces por su glande, me costó trabajo engullirlo, mierda… me siento tan puta narrando esto…

Lo metí en mi boca lo mas profundo que pude, pero no logré mucho, solo empecé a subir y bajar, sin dejar de usar mis manos, lentamente…

Busque combinar y usar todos mis trucos, no sabía si tendría otra oportunidad así que lo disfrutaba como si fuera la primera y última vez…

Samuel puso una de sus manos sobre mis cabellos, y empujaba sutilmente mi cabeza hacia abajo, pero era solo un juego excitante, el no tenía fuerzas para obligarme a hacer nada que yo no quisiera hacer…

Estuve demasiado tiempo lamiendo, empezaba a acalambrarme, la mandíbula y también las rodillas, sentía mi conchita hecha un mar de deseo bajo mis prendas, y de pronto noté que el milagro era posible, el viejo estaba llegando a un orgasmo, me esmeré entonces y aceleré el ritmo, sentí sus contracciones, su mano apretó más mi cabeza, pronto un néctar amargo invadió mi boca, apenas unos jugos, los huevos del viejo estaban secos, pero seguro el había experimentado un rico orgasmo, como en los viejos tiempos…

Tragué con gustó lo poco que salió, solo me dejé caer hacia atrás sentando mi gordo trasero en el suelo, mis adoloridas rodillas ya necesitaban un descanso.

Samuel temblaba, visiblemente excitado por lo que terminaba de suceder, yo estaba tranquila, ese viejo lo único servible que tenía era su corazón, no moriría de un ataque, bueno, asumo que también tenía una hermosa verga…

A partir de esa tarde ese fue nuestro secreto, cada tanto lo sorprendía solo para pegarle una buena mamada, hermosa, perfecta.

Mi marido jamás sospechó nada, jamás, ni las otras enfermeras, ni los demás abuelos, ni siquiera la estúpida de su esposa, que cada tanto aparecía con sus aires de grandeza.

Lo mejor y risueño del caso es que cuando ella venía, se sentaba junto a su esposo a charlar, solo para hacer un cumplido, como una visita de cortesía, y cuando me cruzaba con esa escena, el viejo Samuel me miraba pícaramente, guiñándome un ojo a mi paso, y yo… yo feliz de hacer cornuda a esa vieja hipócrita.

Todo terminó hace un tiempo, resultó que un descuido, el señor Sólomon se cayó al piso y se fracturó la cadera, cuando tomé mi turno el ya no estaba, no pude despedirme de él como me hubiera gustado. Supe que se recuperó operación mediante, le colocaron una prótesis, pero jamás volvió, su esposa decidió mudarlo a otro sitio, a sus ojos, el geriátrico Plenitud ya no era confiable…

Y fin de la historia, no supe más de él, solo que yo me quedé sin mi verga hermosa…

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