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Mi madre y su amor – Relato Filial

Esto ocurrió en 1988. Mi madre estaba recién separada de papá. Tenía entonces 36 años y yo un joven . Mi hermana recién cumplía los 11 años.

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Esto ocurrió en 1988. Mi madre estaba recién separada de papá. Tenía entonces 36 años y yo un joven . Mi hermana recién cumplía los 11 años. Papá trabajaba en la ciudad de Buenos Aires desde donde, antes de separarse, regresaba los viernes hasta el domingo por la noche que era cuando debía irse. A veces incluso quedaba dos semanas en Buenos Aires. Sospechaba yo entonces y lo confirmamos todos poco tiempo después que mi padre tenía otra pareja. En casa papá los últimos tiempos había sido distante y no hacía nada aparte de ir al bar donde se encontraba con los amigos y conocidos de su infancia. Mamá siempre fue bella. Los confirmaba sus fotos de niña, de joven y ahora con 72. Claro, ahora mamá, aunque entrada en años, sigue con sus hombros altos, su sonrisa suave, su cabello teñido de castaño, su culo levantado, su nada de panza, sus inmensas tetas ahora siempre sostenidas por sus corpiños. Tan distinguida y elegante la que fuera profesora de matemáticas y después rectora del colegio nacional de mi ciudad. Siempre tan culta y cuidadosa. Aún hoy, de vez en cuando, miro las fotos de ella de la época en que ocurrió lo que aquí relataré y su belleza era superior, muy superior a la que me parecía entonces. Tenía y tiene una mirada chispeante de color verdoso, tenía y tiene su casi metro setenta adornados por sus tetas justas para sus hombros elegantes, su cintura fina, su cadera de guitarra, su traste firme y sus piernas torneadas. Mamá fue y era siempre buena persona. Sus alumnos y ex alumnos se acercaban a saludarla con un beso cuando la encontraban en el supermercado o en la calle. He visto tantos chicos y chicas merendando en casa mientras ella les explicaba sin coste el enredo de los números. Pero además era tierna madre, amiga dispuesta, pariente servicial, y había sido buena esposa. Tan simpática. Por eso no entiendo lo que papá encontró en esa otra mujer, y aunque mi padre al poco tiempo quiso retornar arrepentido, mi madre no lo permitió, mostrándonos a todos mamá que detrás de su amabilidad había respeto por sí misma, y aunque nunca oímos insultar a papá ni culparlo de nada ni siquiera levantarle la voz, jamás aceptó la vuelta de papá aunque su ex marido se lo suplicase una y otra vez. Creo que la separación, el primer tiempo de estar sola, le hicieron ver que con ella se bastaba. Con ella y sus dos hijos… A los meses de estar separada, cuando mamá dejaba de andar con los ojos llorosos, nos pusimos a mirar televisión en el sofá, como lo hacíamos siempre en familia. Tenía mi mamá puesto su pijama suelto, pantalón y camisa, y estaba descalza. Mi hermana de 11 años estaba tirada en la alfombra, boca abajo, los brazos acodados sobre el piso, el mentón en las manos y la cara apuntando al televisor. Mamá, a mi izquierda, estaba apoyada en el sofá, casi de costado, las piernas extendidas a un lado, sobre el mismo sofá, y yo casi en la misma pose, pero en el otro extremo del sofá, de pijama, remera y descalzo. De modo que nuestras piernas de querer se hubieran entrelazados, aunque ambos la tuviéramos algo recogidas y apenas tomándonos las puntas de los pies, sin darnos cuenta. Aclaro que mi relación con ella fue siempre de madre a hijo. Por entonces era una profesora, como siempre muy linda, simpática y buena gente… La serie que estaban dando esa noche era una de esas de acción, para la familia. En un momento estiro una de mis piernas más de lo debido y la planta del pie me queda entre las piernas de mi madre, casi rozando la tela del pantalón de su pijama que daba a su vagina. En ese momento la miré y vi que su hermosa mirada verdosa se posaba en la pantalla de la tv. Había sufrido tanto esas semanas, pero tan firme siempre. Una fragilidad poderosa, valiente. Mi pie quedó ahí y a manera de travesura o no sé qué riesgo idiota lo moví para adelanta un poquito, y más de lo que hubiera querido se apoyó en la parte carnosa de la entrepierna de mi madre. Mi corazón latió a mayor velocidad y un fuego en el estómago me apareció. Miré a ella que seguía observando la televisión. Dejé mi pie allí y entonces, al sentir esa carnosidad debajo de su fina tela de su pijama, sentí mi pene despertar. Aclaro que era virgen, que nunca había tenido novia y que me masturbaba con frecuencia pensando en una vecina de mi edad o en su madre o en alguna actriz de películas o series. Entonces mi pecho acelerado y mi estómago calentándose, mi respiración empezó a entrecortarse. No movía el pie, me bastaba con dejarlo ahí y sentir. Aunque pudiera los ojos en la pantalla de la tv no prestaba atención al hilo de lo que estaba ocurriendo en la serie. Luego me atreví a mover algo más el pie, a empujar un poquito, y sin sacar mis ojos de la pantalla sentí cómo mamá se removió levantando un brazo para rascarse la cabeza o la cara. A lo segundos la miré y ella seguía mirando la tele. Seguí fingiendo mirar la pantalla y hundí algo más el pie. La carne de su vagina se aplastó y allí quedé quieto otro momento. Mi respiración era ardiente y de corta entrada y salida de aire. Tenía el pene duro. Mis ojos miraban sin mirar la pantalla. Nunca se me hubiera ocurrido eso con mi madre ni nunca la había mirado como mujer, pero no importaba, ahora estaba ocurriendo eso y sentía eso. Ya no quería pensar tanto. Mi deseo y mi excitación llevaban los límites de mis acciones sin especular un después. Así que moví algo más el pie, más hacia adentro, que sea lo que tenga que ser, y sin embargo mi madre permaneció en su lugar. Era imposible que no se diera cuenta. Así que comencé a mover mi pie suavemente, aflojando la presión sobre su vagina y vuelta a presionar. Suave y lentamente. Yendo y viniendo. Ya sin poder estar, el pene por explotarme, giré la cabeza y la miré. Ella ponía los ojos a la televisión con su misma hermosa paz de siempre. Así que sin dejar de mirarla apreté más, como empujando su vagina y a ella misma, y entonces me miró. Su cara no era de placer, ni de enojo, ni de confusión, ni de espanto, ni de sorpresa. Aunque en realidad vaya a saber lo que le ocurría adentro suyo. Y luego de mirarnos unos segundos, suspendidos nuestros ojos como reconociéndonos, como si nos viéramos por primera vez, ella sólo sonrió, su tierna sonrisa bajo su mirada inteligente y melancólica. Así, sonriendo, puso otra vez los ojos a la pantalla y apoyó una de sus manos en el empeine de mi pie que había quedado quieto. Lo acarició un momento y luego con lentitud y cariño lo fue retirando de su entrepierna. Ya no me atreví a insistir, pero mirando esa serie que ya no veía supe que deseaba a mi madre, supe de su belleza, de su suave belleza, de su tierna belleza, de su inteligente belleza… Terminó la serie y mamá se levantó y nos dijo que vayamos a dormir, que sino nos costaría levantarnos para la escuela. Apagó la tele y fuimos cada uno a su pieza. Yo antes pasé por el baño y oriné con mi pene semi despierto y con el glande húmedo. Mi hermana había ido a su dormitorio y mamá al suyo. Ya en mi cuarto puse llave a la puerta, apagué la luz, me acosté de espaldas y me bajé el pijama hasta la cintura. Tome mi verga dura, verga de la que mis amigos del club se reían por su desmesurado tamaño, verga de ya 19 centímetros pese a mis 15 años, verga gruesa, de venas azules, tan diferente a la de papá, al que había visto bañarse sin que me viera, con esa verga común, tan común como las de mis compañeros del club. Entonces, esa noche luego de haber apoyado la planta de mi pie en el pijama y en la vagina de mamá, recorrí las yemas de los dedos por el tronco hasta el glande. Estaba excitado y empecé a tocarme y volvía ese fuego mareante, ese que me corría los límites más allá, esa especie de locura que no hace especular en nada. Casi sin darme cuenta me puse de pie en la oscuridad, me saqué por completo el pantalón del pijama, fui andando hasta la puerta, giré la llave, la abrí y al tanteo me dejé ir hasta el cuarto de mi madre. No había estrategias, sólo un loco deseo, una irrealidad de respiración acelerada y de pene firme, un enorme falo que iba por delante de mí como llevándome. Cuando llegué hasta la puerta de la pieza de mi madre vi que no salía luz por debajo. Allí tuve un momento de cordura y me dije que entreabriría la puerta y de estar su velador encendido, regresaría a mi cuarto. Pero al ir abriendo la puerta sólo había oscuridad y la irracionalidad otra vez me atrapó. Ingresé y cerré la puerta, y sin pensarlo y sin estrategia clara, guiado por algún demonio perverso o algún dios al que no le interesan los prejuicios sociales, di vueltas la llave y quedamos los dos encerrados. Conociendo su cuarto y sabiendo del lado en que mi madre dormía, fui lentamente hasta su cama y tanteando logré levantar la sábana y me fui acostando lentamente.
-Mamá -dije.
Mamá se removió y me dijo un tanto asustada:
-Amor, ¿sos vos? ¿Pasa algo?
Y allí largué una mentira cualquiera que me permitiera estar allí:
-Me cuesta dormir ahora que papá no está acá. Pero es por vos. Te veo sola y sufriendo.
De pronto sentí que ella arrimaba su cuerpo y yo estiré mis caderas hacia atrás para que no se chocara a la verga dura. Me tomó la cara con una mano y me besó la mejilla. Mi verga tomó el comando nuevamente y mi mano fue a su cadera donde mis dedos tocaron el elástico de su tanga. Sentir un poco ese elástico y un poco su piel fue una sorpresa, pero allí dejé posada mi mano. Ella en la oscuridad se me acercó más, como buena madre que consuela a su hijo, y ya no tuve tiempo de correr mis caderas, así que no pude evitar que sintiera mi enorme verga contra su vientre desnudo, y ella en vez de terminar su abrazo o de correrse para atrás, quedó un par de segundo inmóvil, como si hubiera cometido una impertinencia, dándose cuenta que en mí esa noche había más que ternura de hijo. Sin embargo arrimó su cara y me besó en la mejilla, y después, sin importarle nada, sólo atenta al aparente sufrimiento o confusión de si hijo, me abrazó como sólo una madre puede hacerlo, sin importarle que mi verga dura chocara contra su vientre desnudo. Al estar pegados sentí su corpiño en mí y su vientre adherido a mi verga que ya largaba sus primeras gotas, y recordé lo del sofá, la planta de mi pie en su vagina, tras la tela de su pijama, esa blandura, y su sonrisa, y su mano acariciando mi empeine. Entonces un alguien dentro mío, un enano o un demonio o un dios, hizo que llevara mi mano que estaba en su cadera a sus glúteos. Ella como consolándome seguía abrazándome, mejilla a mejilla, y empecé a masajearle los glúteos e ir más allá, hasta que las yemas de dos de mis dedos fueron al elástico de su bombacha, más abajo de su ano, dónde se juntaban sus nalgas, y uno de los dedos pudo introducirse por esa raja, por esa carne debajo del elástico y de la tela, hasta hallar un pliegue. Mi mamá no estaba excitada, lo pude saber, sólo dejaba con su bondad infinita que su hijo desplegara su confusión, y al estar seguro de esto decidí introducir apenas mi dedo a ese pliegue, a introducir y a sacar, lentamente, ambos en silencio, un poquito más, un poquito menos, hasta que en ese pliegue hubo humedad, algo de resbalosa humedad, e introduce más el dedo aún más y mi madre separó su cara de la mía pero no pudo con su cuerpo, al que yo tenía envuelto por mi brazo que hurgaba por detrás y al que apretaba contra mí.
-Hijo -dijo ella, como diciendo que eso no se debe. Pero mi corazón palpitó más y mi verga se endureció más en el vientre de ella bombeando un primer chorro. Mi madre quedó más quieta que nunca, entre sorprendida y asustada de que su permiso había ido más allá de lo permitido y que ahora la estaba incluyendo a ella, asombrada y atemorizada de que estuviera ella humedeciéndose, quizás excitándose, algo que no había estado en sus cálculos. Y ella de pronto volvió a poner su mejilla en la mía y se apretó más a mi cuerpo diciendo: No, no. Y supe que ambos subíamos que no había vuelta atrás. Entonces mi virginidad giró y la dejé abajo. Mi verga mojada en su vientre, y bajé la cadera hasta que nuestras respiraciones calientes y expectantes se encontraron en la oscuridad. Y allí ocurrió algo que nunca, ni ella ni yo, hubiéramos imaginado jamás: con ambas manos ella se fue bajando su tanga, para lo que yo tuve que apartar algo las caderas, y para lo que ella tuvo abrir algo más las piernas así terminar de sacar esa tanga poniéndose algo de costado, y al concluir la labor, con una de esas manos envolvió mi verga y allí se detuvo un segundo, dos segundos, y dijo, casi llorando: Es inmenso, mi amor. Y me la guio hasta la entrada de su concha y luego subió ambas manos hacia mis nalgas y empujó con suavidad, y con suavidad me pene fue resbalando y resbalando y resbalando hasta que ingresó todo y allí quedé quieto, mientras ella subió sus manos, me abrazó por la espalda y la cara a un costado de la mía empezó a llorar, pero dijo, entre llantos y placer y culpas: Mevete, mi amor. Y empecé a moverme despacio, despacio. Mi grueso pene totalmente humedecido por su jugo aceitoso y caliente, de arriba a abajo, de arriba a abajo, los huevos humedeciéndose, y mi madre, su mejilla pegada a la mía, lloraba y gemía y me abrazaba y decía: Mi amor, mi amor. Hasta que sentí que la carne de adentro de su concha se contrajo y me apretó y me envolvió la verga, y luego otra vez, y otra vez, y mamá cambió su gemido suave por otro más fuerte y su cadera se levantó y sentí sus piernas abrazarme de la cintura y tembló y gritó mientras un chorro suyo me mojó la panza y mis chorros empezaron a descargarse una y otra vez, y ella que me decía, llorando, gimiendo: Tu verga, mi amor, tu verga y tu leche, y entrás por donde saliste, mi amor. Y sentí que aflojó su cuerpo y se ablandó sobre la cama. Yo quedé quietito arriba de ella, y ella con ambas manos levantó mi cabeza y me dio un beso en la boca. Luego dijo:
-Jamás imaginé esto, mi vida. Y lo raro de todo, es que no siento culpa y no siento que desee a nadie más que a vos.

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