Me okuparon el piso

Cuando nos enteramos de que en el piso que teníamos a las afueras de la ciudad y que habíamos comprado hace dos años con la idea de alquilarlo más adelante, habían entrado unos ocupas, se nos cayó el alma a los pies y el disgusto y la preocupación fueron enormes.

Cuando nos enteramos de que en el piso que teníamos a las afueras de la ciudad y que habíamos comprado hace dos años con la idea de alquilarlo más adelante, habían entrado unos ocupas, se nos cayó el alma a los pies y el disgusto y la preocupación fueron enormes. Tras hacer varias consultas y ver lo complicado y lento que podía resultar el desalojarlos, una tarde me decidí a ir a hablar directamente con ellos. Fui sola porque mi marido es un calzonazos que se acojona por todo y no me quiso acompañar. Llamé a la puerta y me abrió un tipo con una pinta infame, desastrado, con greñas y agujerado con piercings y pendientes por todos lados. Posteriormente me enteré de que era un elemento de cuidado; procedía de uno de los barrios más degradados de la ciudad y había estado varias veces en la cárcel por robo con fuerza, agresiones y atentado a la autoridad. Le llamaban el “bullas”. Tras explicarle quien era y conminarle, de manera firme pero educada, a que deslojaran la vivienda, el tipo se me quedó mirando un momento de arriba abajo y me dice que ni de coña, que están en su derecho, que la ley los ampara y que piensan quedarse mucho tiempo. Desquiciada y frustrada me encaro con él, ya de peores modos, y le exijo que abandonen mi piso, a lo que directamente me responde: “vete a tomar por culo”. Le replico:

– Por culo te vas a tomar tú.
– Yo no tengo ese vicio -me contestó- pero a ti sí que te voy a encular para que sepas lo que se siente cuando mi torpedo revienta en el intestino de una puta vieja como tú.

Me quedé estupefacta, indignada, aturdida y asustada, aunque allá en el fondo noté un tímido e incipiente amago de morbo, como un pequeño hormigueo, y no se me ocurrió otra cosa que decirle, con lo que pretendía ser sorna y se quedó en una patética muestra de impotencia:

– ¡Hombre, ya era lo que faltaba, primero se mete en mi piso y ahora quiere meterse en mi culo!

Tras una mínima pausa en la que “el bullas” pareció reflexionar, me dice:

– Bueno… eso igual lo podríamos ver, lo del piso, digo. Meterse en todo tal vez sea algo abusivo. No te digo yo que si optamos por el culo no haya que valorar el salir de la casa.
– Pero ¿Qué dices?
– Que estoy pensando que igual podríamos llegar a un trato: si tú aceptas que te dé por el culo yo estaría dispuesto a desalojar la vivienda.

Puse inicialmente la cara de mayor indignación de la que fui capaz, la que se supone debe corresponder a una víctima de tan descomunal ofensa, pero no pude evitar que, como un flash, pasara durante un segundo por mi imaginación la imagen de verme sodomizada por ese cerdo, y el hormigueo iba subiendo de intensidad y ya casi era como un calambrazo que parecía producirme crecientes sacudidas. Por otro lado la posibilidad real de solucionar el problema y desalojar la vivienda también era una motivación potente para valorar la propuesta, así que abandoné la primera reacción de sentirme ultrajada y le dije:

– En el supuesto de que aceptara ¿cuando abandonaríais el piso?
– Pués una semana después de que empecemos el tratamiento.
– ¿El tratamiento?
– Sí. Claro. No solo sería una vez. El trajín deberá ser polo menos cinco días a la semana durante dos meses. Y eso siempre que mis colegas estén de acuerdo.
– ¿Cómo que tus colegas?
– Sí. El Mohamed, el moreno Molunga, y el gitano rumano Florianu. Los cuatro compartimos esta casa y a ellos se lo tengo que decir, aunque no te preocupes, aquí se hace lo que yo decido. A ver ¿quieres que se lo diga?
– Pero dos meses es mucho tiempo… cinco días …
– El que algo quiere algo le cuesta y además ya verás como te va a saber a poco. ¡Qué! ¿hablo con ellos?

Puse cara como de resignación acompañada de disgusto y encogiendo un hombro le dije:

– Psss, bueno.

A los cinco minutos apareció de nuevo:

-Bueno, ya está. Me costó. Logicamente les planteé que ellos también iban a participar, pero… que no, que si estaba loco, que como iba a cambiar el piso por meterla en el culo de una puta vieja… Les expliqué que follar por el culo a una señora fina y elegante no se consigue todos los días. Pero ni con esas. Que si no dejas de ser una sucia furcia a la que ni un perro se tiraría, que si ellos están servidos con la Yeni, la lumi de confianza… Así que tuve que explicarme de otra manera… ya me entiendes… Eso sí, les di la garantía de que podrían disponer de tu culo como les venga en gana. El trato está cerrado: veinte minutos cada uno, cinco días a la semana durante dos meses, y si empezamos mañana, en una semana estamos fuera de aquí. ¿Tienes un sitio donde poderte trajinar?

El trato fue tan brutalmente vejatorio, me sentí tan humillada, tan degradada, que hasta noté una sensación de placer morboso en ser tratada de forma tan denigratoria, y en vez de ofenderme, o como mínimo protestar por la imposición de toda esa barbaridad de nuevas condiciones, lo único que le contesté fue:

– Sí. -Teníamos otra casa en una zona de la periferia de la ciudad, donde mi marido y yo apenas somos conocidos y donde la movida que se avecinaba podía pasar más desapercibida-.

En esto que aparecen los otros tres especímenes por la puerta. ¡Menudos pintas!¡Vaya cerdos, cochambrosos, malolientes, zafios, bastos, macarras…! ¡lumpen en estado puro! ¿y estos eran los que me la iban a introducir en el recto? También me miran de arriba a abajo con cara de asco y el tal Florianu dice:

– ¡Me cago en todo. Es mucho peor de lo que creía. Pero si es mucho más vieja y más callo de lo que me imaginaba!

Entonces “el bullas” brusca y rapidamente se me abalanza, me rodea con sus brazos por detrás y me sube la falda dejando al descubierto las nalgas que por supuesto el minúsculo tanga que llevaba no cubrían. Agarra violentamente cada una de ellas con una mano y las separa firmemente junto con la cinta del tanga, dejándome con el ano a la vista de sus compinches y, sin dejar de apretujarse contra mi cuerpo, les dice:

– ¿Y de esto qué me dices? Será un cazo de vieja, pero ¿qué me contáis de este culo? ¿acaso no es aún más que aprovechable?

Y mientras tal decía, el dedo corazón, que tenía presionándome el ano, me lo mete de golpe, entero, por el culo arriba. No puedo evitar dar un grito, malamente contenido, ante el dolor y la sorpresa que me produjo semejante inesperada y violenta clavada.

– Gordito, carnoso, buenos glúteos y aún firmes. ¿Me vais a decir que no os vale para endiñársela aquí dentro -se explicaba mientras removía su dedo cada vez más virulentamente en mi interior- ¿Creíais que no me entero, que no tengo ojos? Pues si os parece un callo no miréis para su cara y la usáis solo para que con la boca os haga un buen lavado de la polla después de follarle el culo, que para eso bien que vale.

Ya no podía más. Me habían reducido a la categoría de ganado despreciable, de objeto, para unos repugnante y desechable, para otros al que aún se le podía dar cierto uso. La más abyecta y nauseabunda escoria de la sociedad disponía de mi cuerpo como le placía al tiempo que me escarnecían con sus vejatorios comentarios. La situación se me había ido totalmente de las manos y nunca había caído tan bajo. Empecé a llorar. El “bullas” viendo en peligro su plan retira el dedo de mi culo y me dice:

– No te pongas así, que estos son un poco brutos y no entienden de nada. No les hagas ni puto caso. Yo solo quería demostrarles que sí que vales, que estás muy buena. Ya verás que bien lo vamos a pasar.

Marché. Llorando, rota, aturdida y traumatizada. Antes, “el bullas” me da un papel:

-Es mi número de teléfono. Cuando te pase el sofoco llámame, que en breve, cuando te empieces a imaginar cabalgada por cuatro pollas bravas, cambiarás los lloros por la humedad y el ardor que vas a sentir en el coño ¡cariño!

Y de despedida me da un buen apretón con su manaza en mi nalga izquierda.

Al llegar a casa tuve que disimular todo lo que pude ante mi marido. Me preguntó por como había ido el asunto, y de forma vaga le contesté que, a ver, dentro de lo que cabe parecía gente razonable y que me dijeron básicamente que les diera un tiempo para buscar una alternativa residencial. Lógicamente no me extendí mucho más, ni malditas las ganas que tenía, y como él, instalado como siempre en su proverbial abulia, tampoco inquirió mucho más, ni se percató de mi estado de alteración, ahí quedó la cosa.
Durante el resto de la jornada las sensaciones desbocadas que me produjo la experiencia hicieron que la cabeza me quisiera estallar, los nervios me corroyeran, el corazón palpitara descontrolado, el pensamiento se bloquease, y el culo, todo hay que decirlo, me escociera un montón. Presa de semejante tensión y ansiedad solo venían a mi mente oleadas de flashes: la humillación, la degradación recién sufrida, el dedo en el culo delante de todos, el piso, las vejaciones, la propuesta, el dedo en el culo, el desprecio, el “ya verás que bien lo vamos a pasar”, el sentirse una puta arrastrada, el dedo en el culo, la idea de ser sodomizada por cuatro simios como aquellos durante dos meses, el dedo en el culo, el “puta vieja a la que ni un perro se tiraría”, el problema del desalojo resuelto, el dedo en el culo, la cara de lascivia de los tres energúmenos ante la forzada apertura y exposición de mi… el dedo en el culo… dentro… todo dentro… moviéndose… girando… apretando… presionando… dentro… hasta el fondo… los otros viendo, gozando… y… a partir de mañana los cuatro a montarme, a cabalgarme… yo a cuatro patas y ellos por turno empotrándome sus miembros en mi trasero… yo boca arriba mientras uno de ellos agarrándome por los tobillos me levanta y separa las piernas para acto seguido perforarme el ano… yo, pasiva y sumisa, aceptando mansamente ser la vieja furcia de cuyo culo los cuatro patanes usan a discreción… yo, pasiva y sumisa… excitándome cada vez más… calentándome cada vez más… sintiendo que de la tensión y el enervamiento pasaba a la agitación y el sofoco. Cuando me di cuenta tenía el sexo empapado. Mis pensamientos me habían llevado a un estado de excitación tal que yo misma no pude evitar llevarme dos dedos al culo y también meterlos. Al tiempo que los agitaba, recordaba el trabajito que hacía unas horas me había hecho “el bullas” y pensaba que después de todo yo, mi cuerpo, o cuando menos una parte de él, era objeto de deseo, de interés, era apetecible para ciertos hombres, Sería algo que iba a dar placer, algo que haría disfrutar. Necesario para que ellos gozasen y se corriesen. Precisaban meterla y me la iban a introducir a mí. Yo los iba a acoger dentro de mi cuerpo en el que ellos finalmente aceptarían que retozasen sus falos. Su esperma lo iban a dejar en mi interior. Se iban a correr en mi culo. Yo era, por tanto, algo válido y apreciado. Valorado y necesario. Yo sería la receptora de su descarga seminal. ¡Yo! a mí me querrían, me buscarían, me tratarían, me sodomizarían… me… me… me reventó y me atravesó por todas las células del cuerpo tal explosión de placer que ya no sabía si era un orgasmo o la descarga eléctrica de una linea de alta tensión. Acabé jadeante, empapada y exhausta, pero sorprendentemente no se había apagado mi calentura. Cogí el teléfono y llamé al “bullas”.

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