La Diosa y el Viejo

La Diosa y el Viejo
Imagen Enviada Por El Autor
Lisa regresa a Miami transformada tras experiencias liberadoras. Jenny la invita a una noche salvaje con Zion, un viejo seductor. ¡Aventura en puerta!

Inmersión Total en el Placer Sucio
Lisa regresó a su apartamento en Miami, pero ya no era la misma. Los intentos de su exmarido por reconquistarla caían en oídos sordos; sus mensajes desesperados y flores en la puerta eran patéticos frente a la libertad salvaje que había descubierto. La noche en Pompano Beach con los bomberos y el club swinger habían destrozado sus inhibiciones, pero el placer sucio, crudo, que encontró con Tyron y los extraños en el Velvet Den la había transformado. No había vuelta atrás: su cuerpo anhelaba la depravación, el semen, los orgasmos que la hacían temblar hasta las lágrimas. Cada noche soñaba con pollas enormes, fluidos pegajosos y sumisión total, y su coño palpitaba solo de recordarlo.
Un día, mientras Lisa se tocaba recordando a Tyron, Jenny recibió una llamada de Zion, un viejo conocido de 73 años, un jamaiquino delgado con rastras grises, piel arrugada y un aura de pura lascivia. “Jen, mami, ven a mi casa. Trae a tu amiga, la que sea tan caliente como tú”, dijo con su voz ronca, cargada de promesas obscenas. Jenny, sabiendo lo que le esperaba, dudó un segundo antes de responder: “Zion, solo por el cariño que te tengo. Pero te advierto: Lisa es nueva en esto. Tú eres… especial. Un viejo con rastras, vello púbico como selva, apestando a marihuana y sudor, y esa verga monstruosa que usas como arma. Amas que te chupen el culo, aunque huele a cloaca. Y si llegan tus amigos, será más de lo mismo: sucios, malolientes, pero te juro que vale la pena. El asco se vuelve afrodisíaco, y te volverán loca con polla y semen”. Miró a Lisa, que escuchaba con ojos abiertos: “¿Te atreves, o prefieres quedarte?”. Lisa, incapaz de resistir la curiosidad, sintió un cosquilleo en su clítoris. “Voy”, dijo, agarrando un termo grande con vodka y cranberry. “Necesitaré esto para soltarme”.
Llegaron a la casa de Zion, un bungaló destartalado en un barrio jamaiquino de Miami, con olor a marihuana flotando en el aire. Lisa, una rubia despampanante de 1.80, piel blanca como porcelana, rostro angelical con ojos verdes esmeralda, tetas grandes y firmes, culo redondo y piernas largas, parecía una diosa entre mortales. Su vestido negro ajustado apenas contenía sus curvas perfectas. Jenny, con su cabello castaño ondulado, tetas voluptuosas que desbordaban su top y un culo que hipnotizaba con cada paso, exudaba confianza sexual. Zion abrió la puerta, y su mandíbula cayó al ver a Lisa. “¡Mierda, qué rubia tan divina!”, exclamó, su aliento oliendo a hierba y tabaco. Era flaco, arrugado, con rastras apelmazadas que apestaban a sudor rancio, pero sus ojos brillaban con lujuria. La casa olía a marihuana, incienso y algo más… fétido.
Zion las invitó a sentarse en un sofá gastado, ofreciendo un porro. Lisa y Jenny dieron caladas profundas, el humo relajándolas, nublándoles la mente. Lisa, con el vodka corriendo por sus venas, sintió el calor subirle por el cuerpo. Zion no perdió tiempo: “Quiero a esta belleza rubia, ven, mami”. La llevó frente a su cama deshecha, el olor a sudor impregnado en las sábanas. Lisa dudaba, asqueada por el hedor, pero Jenny le susurró: “Confía, va a valer la pena”. Zion besó a Lisa con pasión, su lengua invadiendo su boca, un aliento fétido a marihuana y dientes descuidados que le dio náuseas. Pero su cuerpo reaccionó: sus pezones se endurecieron, traicionándola. Él apretó su culo perfecto, sus manos callosas marcando su piel blanca, y besó su cuello con una maestría que la hizo gemir. Le arrancó la blusa y el sujetador, sus tetas grandes rebotando libres, pezones rosados erectos. Zion chupó sus tetas con hambre, mordiendo y lamiendo, dejando saliva pegajosa. Lisa, aún resistiendo el asco, sintió un placer inesperado; el viejo sabía cómo encenderla.
La desnudó por completo, falda y tanga al suelo, y la acostó con los pies colgando de la cama. Arrodillado, levantó sus piernas largas y blancas, exponiendo su coño depilado y su ano rosado. Su lengua atacó su clítoris con precisión, chupando y lamiendo como si fuera un manjar, alternando con lamidas profundas en su ano, el olor de su piel limpia chocando con el hedor del viejo. Lisa perdió el control, sus manos aferrando las sábanas, gritando: “¡Joder, sí, no pares!”. El placer era cegador, mejor que cualquier sexo oral previo, incluso con Tyron. Su coño chorreaba, y Zion bebía sus jugos, haciéndola squirt con un orgasmo que la dejó temblando, lágrimas rodando por su rostro angelical.
Zion se levantó, besándola con suavidad, su aliento aún repugnante pero ahora extrañamente erótico. Se quitó la camisa raída y la bermuda sin ropa interior, revelando una polla monstruosa: gruesa como un antebrazo, larga, venosa, rodeada de una selva de vello púbico apestoso a orina y suciedad. Lisa, horrorizada pero hipnotizada, sintió náuseas, pero el vodka, la marihuana y el orgasmo previo la empujaron. “Chúpame, mami, muestra lo que puedes hacer”, gruñó Zion. Ella se arrodilló, tomando la verga, besando la punta sucia, lamiendo la mugre con devoción. Besó sus bolas peludas, el olor acre quemándole la nariz, pero lo chupó con hambre, limpiando cada centímetro, tragando la suciedad como si fuera un néctar. La polla creció, imposible de abarcar; apenas podía meter la mitad en su boca, sus manos apretando la base. “Te gusta, ¿verdad, zorra?”, jadeó Zion. Lisa, con lágrimas de esfuerzo, asintió, chupando con fervor, su coño empapado de deseo.
No pudo más. Se lanzó boca arriba en la cama, piernas abiertas: “¡Fóllame, por favor!”. Zion se posicionó, penetrándola lentamente, su polla estirándola hasta el dolor, pero él sabía moverse, entrando con cuidado hasta que el placer la consumió. Jenny observaba desde el sofá, tocándose, su coño goteando al ver a su amiga rendida al viejo. Zion aceleró, embistiendo con fuerza, sus bolas peludas golpeando contra el culo de Lisa. Cada vez que estaba a punto de correrse, se detenía, la verga enterrada hasta el fondo, mirándola a los ojos verdes y besándola como un amante, su lengua fétida ahora un afrodisíaco. Durante casi una hora la torturó con pausas, llevándola al borde. Finalmente, aceleró, follándola con una furia animal, sus caderas chocando con un sonido húmedo. Lisa explotó en un orgasmo devastador, su cuerpo convulsionando, gritando: “¡Papi, sí, joder, me matas!”. Zion se corrió dentro, un torrente caliente llenándola, su coño apretando cada gota. Ella lloró, su cuerpo saltando incontrolado, el placer sublime rompiéndola. “Eres el mejor amante que he tenido”, jadeó, aún temblando. Zion, sonriendo, dijo: “Eres una zorra increíble, mami”.
Jenny, que se había corrido con sus dedos viendo el espectáculo, se acercó a Lisa, aún agitada en la cama. Metió los dedos en su coño, sacando el semen espeso de Zion y chupándolo con deleite, luego lamió su clítoris hipersensible, haciendo que Lisa saltara con cada roce, su cuerpo al borde del colapso. Jenny succionó cada gota, el sabor salado y acre llenando su boca, su adicción al semen satisfecha. Lisa, exhausta, se durmió en la cama, su rostro angelical relajado, el cuerpo perfecto marcado por el placer.
Zion salió del baño, aún desnudo, y miró por la ventana. Afuera, unos diez vecinos jamaiquinos, todos rudos, con rastras y olor a marihuana, charlaban alrededor del BMW de Jenny. Habían visto entrar a las dos diosas y recordaban un gangbang previo con Jenny meses atrás. “Mami, tus admiradores están afuera”, dijo Zion. “¿Los invito a pasar, o prefieren irse?”. Jenny, hirviendo de deseo, su adicción al semen rugiendo, tomó un trago largo del termo de vodka y cranberry. “Espera que Lisa se recupere”, dijo. “Luego déjalos entrar. Quiero que hagan lo que quieran con nosotras. Lisa aprenderá lo que es un gangbang con BBCs jamaiquinos. Va a enloquecer”.

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