Cielo Riveros seguía proporcionándome los pastos más deliciosos.
Sus jóvenes extremidades nunca echaban de menos las dosis
carmesí que yo .embebía, ni acusaban como grave
inconveniencia las minúsculas punzadas que, muy a
regañadientes, me veía obligado a infligirle para sustentarme.
Decidí, por tanto, permanecer...