Las fantasías de Carlos

No estaba segura, estaba en una época de mi vida donde la seguridad no era mi fuerte. Cuando Carlos me contó sus fantasías me pareció hasta divertido que compartiese conmigo sus anhelos y deseo

No estaba segura, estaba en una época de mi vida donde la seguridad no era mi fuerte. Cuando Carlos me contó sus fantasías me pareció hasta divertido que compartiese conmigo sus anhelos y deseos, sus fetiches sexuales. Me excitó la idea que me planteaba de intercambiar pareja, de mirarnos el uno al otro en brazos de otra persona, de un desconocido. Me gustó y me irritó de igual forma cuando lo propuso con más firmeza. Carlos no era celoso, eso lo sabía, pero de verdad no le importaba compartirme, no había ningún reparo por su parte, estaba decidido desde que le di mi conformidad. Y ahí estábamos, brillaba en la penumbra el hielo en las copas, entre una mezcla de fragancias a loción, colonia y perfume que embriagaba el ambiente, nos acercamos a la barra. Yo con una fingida decisión, descansé mi cuerpo contra una de las sillas altas de cuero negro que me resultó particularmente fría, ante mi respingo Carlos me examinó despacio, escrutándome como si buscase un atisbo de arrepentimiento. Sonreí, con los labios, con la mirada, con el contoneo de mi cuerpo mientras acerqué mi boca a su mejilla y le confié un beso corto y tímido.
Me acercó una de las copas, la cogí con las dos manos, realmente estaba nerviosa, mientras que Carlos se desenvolvía con absoluta tranquilidad, como si ese fuese su ambiente habitual.
Miré hacia un lado y encontré a una pareja que charlaba animadamente con las manos entrelazadas, en la mesa contigua cuatro mujeres reían y disfrutaban entre caricias y besos, una de ellas, la más alta, llamaba la atención, con su melena rubia y su pronunciado escote encontraba todas las miradas. Aparté la vista cuando Carlos rozó mi mano. Delante de mí estaba Lucía, así se llamaba. Alta, morena, no era ni guapa ni fea, pero tenía un magnetismo muy interesante. Sus labios gruesos y sedosos besaron mi mejilla rozando la comisura de mi boca en cuanto nos presentaron. Pedro me miraba y sonreía, aquello era muy extraño, su marido me deseaba y a ella no le importaba, me sentí como fruta expuesta para vender, tímida e indecisa como si estuviese desnuda delante de todos aquellos desconocidos que querían violar mi pudor, empezando por mi marido, que parecía encantado con la situación.
Pedro se acercó, me habló no sé qué al oído, no lo entendí, no escuché, sólo sentí el calor de su aliento tibio y mentolado en mi oreja, su mano recorriendo mi espalda hasta llegar al cuello, metió los dedos entre mi pelo y lo acarició. Su intenso perfume era cautivador, aproximó su entrepierna a mi muslo, me tentaba el roce de su falo. Deslicé la mano hacia su pantorrilla y despacio palpé sus nalgas duras y prominentes como si de repente me hubiese atrapado aquella corriente desinhibida que se respiraba entre los cuatro. Desabrochó con suma delicadeza el primer botón de mi blusa y uno de mis pechos asomó bien erguido, lleno y tentador dentro del sujetador. Me miraba, me estaba montando, estábamos copulando sólo de deseo. Sin pensar en otra cosa que no fuese Pedro caminamos hacia un pasillo angosto y oscuro, él sujetándome por las caderas contra la pared fría y dura mientras mantenía mis piernas abiertas con uno de sus muslos, su mano exploraba mi sexo y su boca ocupaba mi lengua, mi excitación era caliente, húmeda, arrebatadora. Entramos en el reservado, vagamente iluminado con unas lamparitas muy discretas que acompañaban la privacidad del momento. Reconocí a Carlos de inmediato, su cuerpo desnudo sobre Lucía, copulaba con movimientos suaves y envolventes, me hipnotizó aquel instante, me sedujo, me excité más aún, no podía apartar la mirada de ellos, entrelazados entre brazos y piernas sobre el fondo oscuro del sillón que los acogía. Pedro sentado me atrajo hacia él, apartó mis braguitas con sus dedos, y delicadamente se introdujo en mí, a horcajadas sobre sus piernas bailé, mis caderas se movían rítmicamente, mis senos libres de batían con brío entre su boca y sus manos, el deleite de su virilidad percutiendo mi clítoris consiguió estremecer cada fibra de mi cuerpo.
Descansé la espalda sobre el respaldo del sofá, incrédula, agitada aún, extasiada, como abstraída hasta que reparé en Carlos, en sus ojos, me miraba interesado, interrogante, fascinado, le respondí con una sutil sonrisa, que complacido reconoció no sé si como el final o como el comienzo de un nuevo ciclo.

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