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El mejor sexo con mi cita en el Bar

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Una aventura a ciegas

Hace mucho tiempo venia sintiendo que me faltaba algo un poco de aventura en mi vida de riesgo y una noche me decidi a tener sexo con mi bar/">cita a ciegas en el bar.

El bar estaba lleno de gente, respiré profundo y avancé. Era la primera vez que tenía una cita en el bar a ciegas y aunque estaba muy nerviosa, me prometí a mí misma que no huiría, ya que seria la primera vez que me entregaria a tener sexo con mi bar/">cita en el bar.
Estaba harta del papel de “chica seria”, quería cumplir mis fantasías sexuales más secretas y para eso había ido a aquella cita en el bar. Sebastián, el chico con el que iba a encontrarme, era el amigo de una amiga y sólo habíamos hablado por teléfono una vez para arreglar aquel encuentro. Mi amiga me había dicho que no era muy atractivo pero que tenía fama de ser muy bueno en la cama y eso lo único que me importaba. Por esto queria tener sexo con mi cita.

quería cumplir mis fantasías sexuales más secretas y para eso había ido a aquella cita en el bar.

De pronto, sentí un cosquilleo en mi espalda, alguien me estaba mirando. Volteé y me encontré con un par de ojos negros que me miraban fijamente. Caminé hacia la mesa en donde él estaba y ambos permanecimos callados, devorándonos con la mirada durante varios minutos.

Mi cita del Bar  era sensual ¡Muy sensual! Tenía espaldas anchas y unas manos grandes y perfectas que acariciaban tentadoramente una botella de cerveza.

Se suponía que debía sentarme y esforzarme durante un par de horas por mantener una conversación que no me interesaba en lo absoluto. Luego de ese estúpido preámbulo, nos iríamos a algún hotel para saciar un deseo que nos estaba quemando a los dos.
No obstante, decidí que esa noche no seguiría ninguno de los formalismos habituales, coloqué mi boca en su oído y le pregunté: “¿Nos vamos ya, Sebastián?”
Él se puso de pie y sin decir palabra, me tomó del brazo y me arrastró hacia la parte trasera del bar. Entramos en una habitación pequeña, que funcionaba como un depósito de bebidas. Él cerró la puerta y con voz ronca dijo: “nadie nos va a molestar aquí”.

Coloqué mi boca en su oído y le pregunté: ¿Nos vamos ya, Sebastián?

Sus manos se deslizaron por mi cintura y me atrajo hacia él, me besó ardientemente en el cuello y luego su lengua comenzó a explorar mi boca lenta y pausadamente. Gemí, con tan solo unas caricias él había logrado encenderme ¡Quería más, estaba desesperada por más!

Con manos hábiles me sacó la chaqueta, la blusa y el corpiño y luego tomándome del trasero, me alzó y me colocó sobre una vieja mesa que había en un rincón. Su boca volvió a mi garganta y luego se deslizó hacia mis pezones, los tomó suavemente entre sus dientes y mis senos se irguieron al instante.
El recorría mi cuerpo lentamente y eso era una deliciosa tortura. En un instante me quitó mi falda y la ropa interior, sus dedos comenzaron a explorar el interior de mi sexo y mi cuerpo se estremecía.

Su respiración era agitada y yo no podía parar de gemir mientras clavaba mis uñas en su espalda. Bajé el cierre de su pantalón para liberar su erección y al minuto siguiente ambos estábamos en el piso.

Hasta entonces, todas sus caricias habían sido lentas y pausadas pero cuando me penetró lo hizo salvaje y violentamente y eso me encantó, me deshice en un orgasmo y minutos después el se desplomó arriba mío.

Estábamos desnudos, enredados sobre un suelo lleno de polvo y agotados de placer, entonces él susurró. “A propósito ¿Quién es Sebastián? Mi nombre es miguel”.

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