Relatos Eroticos Con Fotos

El Público y La fiesta

Relato erotico de fiesta de sexo frente al público 

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 – Vamos a llegar tarde; has tardado todo lo que has podido a propósito.
– ¿Y qué? Ya te dije que había opciones mejores para pasar la tarde.
– Mejores para ti.
– Además, no sé de qué te preocupas; sabes que te esperarán.
– ¿Por qué?
– Porque eres tía y a las tías se las espera. Me sorprende que no seas capaz de leer las miradas.
– ¿Qué miradas?
– Ahora ya no sé si te estás haciendo la tonta o si dudas de verdad.
– Creo que te estás montando una película; no es para tanto.
– Ya, claro. Peter Clarkson y sus amiguetes llevan tres años dando estas fiestas y, oh casualidad, se acuerdan de mí justamente cuando tú y yo…
– “tú y yo…” ¿Qué?
– Nada. Déjalo.
– Somos amigos, John; sólo amigos, buenos amigos y nada más.
– ¿Ves? Ese es el problema.
– ¿Cuál?
– Que somos algo más; mucho más.
– Pensaba que lo nuestro había quedado muy claro.
– Sí; en privado, cuando nadie nos ve, cuando tu familia nos deja a solas en tu casa, cuando nadie sospecha. Me revienta que no entiendas por qué me pillo estas rabietas.
– Lo que te revienta es tu propio pesimismo; crees que si no tienes el control todo lo que puede ir mal irá mal.
– Dicen que un pesimista es un optimista bien informado.
– Pues déjalo si quieres. Estoy harta de medir las palabras por no herir tus sentimientos. Te guste o no, tengo mis necesidades y no puedo satisfacerlas todas contigo.
– ¿Y no has parado a pensar que los demás se pueden hacer ilusiones al dirigirse a ti por no saber lo nuestro?
– No, Jonas. Eres el único capaz de albergar ideas así; el resto procura vivir su vida y da sus pasos sin andar preguntándose antes todas las cuestiones metafísicas que hay detrás. Luego nos podemos equivocar, pero tú también; de hecho, no has parado de equivocarte desde que se te metió en la cabeza la paranoia esa de Peter.
– ¿Es una paranoia pensar que pueda estar interesado en ti después de haberte tirado los trastos varias veces?
– Es paranoia creer que soy la única chica en la escuela o en el mundo. Peter, como todos los tíos normales que tienen los pies en la tierra, intenta jugar sus cartas y no se limita a echar la caña a una sola persona; que tenga éxito o no depende de las tías a las que se acerca y no de él. Así visto, me sorprende que no entiendas lo enfadada y harta que estoy ya.
Touché. Tocaba callar y asentir dando por bueno su razonamiento. Las quejas de Jonas escondían una estrategia; disparar los temores como globos sonda y confiar en el instinto de rebeldía de la orgullosa Helen para anular el posible problema. Le había funcionado otras veces y si todo iba bien, ésta no sería diferente.
La fiesta era muy exclusiva; habían alquilado un local y lo habían transformado para esa única tarde sin revelar la dirección exacta hasta pocas horas antes de la cita. Con un poco de instinto de sabueso no habría hecho falta consultar el correo electrónico; bastaría seguir el rastro de perfume de marca y en caso de duda seguir a los jóvenes elegantes que comenzaron a concentrarse en el barrio. Gente claramente fuera de lugar en medio de la triste rutina de personas que no pueden levantar la cabeza ni cuando se mueven de casa al trabajo o del trabajo a casa. Ahí mismo, delante de sus narices, en lo que había sido un cine de tercera, dos gorilas encorbatados habían instalado el punto de control.
– Joder. No tenía que haberte hecho caso. ¡Mira cómo van todos de elegantes!
– A mí no me metas en esto. Fue Peter quien te dijo que podías ir con vestimenta informal. Me gustas igual con esos vaqueros.
– Eres un gilipollas y lo sabes.
Lo que sí sabía Jonas era que encontrarían problemas. Los fornidos agentes de seguridad les dijeron sin miramientos que no podían pasar porque era una fiesta privada y Helen, que no estaba dispuesta a ser rechazada exigió hablar con Peter. Era tal la seguridad que tenía en sí misma que los hombres accedieron y en nada apareció el aludido dispuesto a ayudar.
– Perdonadme por no haber venido antes. ¿Cómo estáis?
– Un poco avergonzados – Respondió ella hablando por los dos.
– ¿Pero qué dices? Si aquí nos alegramos todos un montón de veros; ¿verdad chicos? Son mis amigos, tienen toda mi confianza. Pasad, pasad, veréis qué alucinante es lo que hemos preparado para vosotros.
Helen y Peter entraron seguidos muy de cerca por Jonas, que temía que tras la pareja se cerrase la muralla humana de testosterona y clembuterol. Había tanto ruido con la música que por mucho que se hubiera acercado al anfitrión, quedaría sin enterarse de nada, así que optó por seguirles entre pasillos abarrotados de jóvenes con ganas de marcha y barras de bar inacabables.
– Bebed lo que queráis; paga la casa.
– No me lo digas dos veces – Contestó Helen emocionada.
– Escucha; quiero que seas feliz, al menos por esta noche. Olvida todas las miserias de la vida y déjate llevar por tus deseos.
– Suena bien.
Peter se quedó un momento en blanco, como pensativo y chasqueó los dedos en un eureka improvisado. Les pidió que le siguiesen y los llevó tras la tramoya del escenario, donde la música ya no atronaba y podían hablar con tranquilidad.
– Anteayer, cuando limpiábamos toda la mierda nos encontramos un tesoro. Resulta que antes de cine, este lugar había sido un teatro de variedades.
– ¿Qué es eso? – Preguntó Helen encantada de seguirle la conversación.
– Un cabaret, Helen. Un puto cabaret. – Replicó Jonas harto de tanto adornar lo anodino.
– Si. Básicamente, aunque prefiero considerarlo como un lugar de almas libres.
– Suena poético – exclamó ella intentando recuperar el romanticismo de la narración.
– Muy poético – Repitió Jonas sarcástico.
– Seguidme; no se me había ocurrido que quizá podíamos aprovecharnos del lugar para resolver un problemilla. Mirad; aquí está la zona de camerinos. El cine estaba destrozado, pero todo esto se ha conservado como si hubieran parado el tiempo. El tocador, un diván, para los admiradores de la vedette, un biombo, donde seguramente se cambiaba de ropa entre número y número sin dejar de conversar con sus seres más próximos y, la sorpresa de la noche, el increíble vestidor – Exclamó metido en el papel del presentador al abrir el gran armario.
– ¡Oooh! Está lleno de ropa.
– Y no son prendas cualesquiera. Aquí puedes encontrar chales de plumas, botas de charol, corpiños ceñidos, abrigos de pieles.
– ¡Y lencería!
– Bueno; sí, es lo que tiene el mundo del cabaret, como decía Jonas.
– Ya. ¿Estás invitando a Helen a probarse estas cosas?
– Estoy diciendo que podéis curiosear todo lo que queráis; lo que hagáis después ya no es asunto mío mientras no queméis el cine.
– Bien. Entonces ya podemos irnos a tomar algo, que estoy seco.
– Ve tú si quieres; yo me quedo.
– ¿Cómo que te quedas?
– Ya me has oído.
– Os dejo a solas. No quiero interrumpir nada privado. – Se excusó Peter abandonando el camerino.
Helen se sentó ante la consola de la diva mirándose al espejo con cara de circunstancias. Jonas estaba molesto porque había visto en la invitación de Peter una insinuación capciosa que su amiga parecía emperrada en pasar por alto. A Helen le encantaban los retos, llamar la atención, destacar y, sobre todo, salirse con la suya.
– ¿Ahora qué te pasa? – Insistió el muchacho al ver que no articulaba palabra.
– Nada. Déjame sola. Voy a probarme esta ropa.
– ¿Hablas en serio?
– Probablemente no, a lo mejor sí; no lo sé. Haga lo que haga quiero pensar que fue porque quise y no por seguir una orden que me hayas dado.
– No te estoy mandando nada.
– Me alegra saberlo. Por favor, déjame sola un momento.
– Pero… Vale; Como quieras.
Jonas cerró la puerta del camerino antes de ir al patio de butacas reconvertido ahora en una pista de baile. Era bien fácil de localizar; zapatillas deportivas, vaqueros y camiseta vieja y arrugada entre decenas de trajes a medida, fracs y americanas; hasta los camareros lucían sus uniformes con un derroche de elegancia que parecía ajena a su persona trazando una línea invisible a su alrededor que, como un campo de fuerza, mantenía a todos alejados de él. Algo preocupante para un obseso del protocolo social y como él no lo era, le traía sin cuidado. A decir verdad, Helen era la única razón que le mantenía en ese lugar. Sólo quedaba beber y confiar en que el alcohol hiciese un milagro.
Un milagro que se resistía copa a copa; afortunadamente ya se le estaban pasando las ganas de abandonar. Simplemente estaba mareado, contento, algo más de lo normal e inconfesablemente más ebrio de lo que estaba dispuesto a reconocer. Tanto que no vio llegar al anfitrión, que necesitaba hablar con él.
– Oye, Jonas; creo que hemos empezado con mal pie. Quiero que te sientas a gusto en esta fiesta; por eso pienso que deberías ir a ver a Helen.
– ¿Helen? – Balbuceó arrastrando las palabras – ¿No la escuchaste? Dejó muy claro que no quiere verme.
– Eso fue hace un par de horas. ¿Por qué no vas a hablar con ella?
– ¿Dónde?
– Al camerino.
– ¡¿Ha estado dos horas en el camerino?!
– A los chicos nos cuesta un poco comprender ciertas necesidades de las mujeres, como es la de estar elegante. Podemos tirarnos una semana con la misma camiseta, pero para ellas es un crimen. Dice que ha encontrado algo que ponerse, pero no quiere que os enfadéis, así que no saldrá de ahí a menos que le digas que te gusta lo que ha escogido y la acompañes.
– ¿De verdad? ¿Te ha dicho eso?
– Sí. Más o menos.
– ¿Más o menos?
– Hazlo, Jonas. Hazlo por ella y disfrutad, que todavía queda mucha noche por delante.
Indeciso y descolocado se apoyó en el borde de la barra intentando levantarse sin perder el equilibrio. Estaba tan poco acostumbrado a beber que le costó mantenerse erguido. La euforia del alcohol le hizo creer que no estaba tan mal, a pesar de las veces que tuvo que ir apoyándose en paredes o personas para no caer, pero encontró el camino a la habitación y fue capaz de entrar sin dar con sus huesos en el suelo.

“Gracias a todos; me siento muy feliz de compartir con este público tan entregado este escenario; al pisar este edificio ni se me pasaba por la cabeza cómo transcurriría la velada y ahora que me voy haciendo una idea… ¡puaf!”

Miró alrededor y no vio a nadie.
– ¿Helen? – Exclamó dudando si se había cruzado con ella en el camino.
– Ah, hola, cielo. Estoy aquí, detrás del biombo.
Cuando se vieron las caras se quedaron perplejos; defraudados… Ella porque no esperaba verle a él y él porque se había cambiado de ropa y lo que llevaba era insultantemente provocador según su punto de vista.
– ¿Qué coño te has puesto?
– Una malla de tela fina y ajustada. Nunca me había visto con algo así; es… raro.
– ¡Joder! ¿Y qué llevas debajo?
– Un sujetador y unas braguitas de cuero brillante. Nunca pensé que además de provocativas estas cosas fueran tan cómodas; es casi como ir desnuda.
– ¿Como ir desnuda? Claro que es una sensación similar; si camina como una vaca y suena como una vaca, será una vaca. Si te ves ligera como si fueses desnuda… ¡Será porque vas desnuda!
– Pues a Peter no le pareció nada mal.
– ¿Dices que Peter te ha visto con esas pintas? ¿Te ha visto disfrazada de puta barata? – Preguntó Jonas tan exaltado que apenas se le notaba la borrachera.
– ¿Qué me has llamado?
– Puta. Puta barata. Eres una cerda, capaz de despelotarte ante un extraño con tal de llamar un poco la atención. Ahora te inventarás una excusa que lo justifique todo como haces siempre, como hace Peter.
– Bien. Creo que he tenido suficiente paciencia, lo he llevado lo mejor que he podido y bien sé que he tratado de reconducir todas tus chorradas de la manera más civilizada que he encontrado. La paciencia tiene un límite y lo has rebasado; lo rebasaste ya antes de salir de casa. Tanto mejor; llevo ya varios meses llena de dudas sobre ti, sobre mí, sobre todo lo que hacemos, las personas que nos rodean y no creo que nos quede otra opción: Lo siento mucho por ti, pero te quedas solo; ya no aguanto más; lo voy a dejar contigo.
– ¿Y quién te lo impide? Esa es la gran ventaja de llevar una relación en secreto; como nadie lo supo jamás, la ruptura será fácil; no tendrás que soltarle una charla a tu familia, ni a nuestros compañeros, ni a nadie. Ese fue tu plan desde el principio; aprovecharte del idiota que tienes delante y sacarle todo el jugo antes de ir a por el siguiente. – Al terminar el reproche había elevado tanto el tono de voz que casi gritaba.
– ¡No te consiento que me hables así! – Le cortó poniéndose al mismo nivel de voz.
– ¿Ah no? ¿Y qué vas a hacer? ¿Llamar a tu amiguito para que sus gorilas me dejen en el callejón y me den una paliza?
– Bien pensado voy a hacerte caso.
– ¿Qué? – Preguntó sorprendido y descolocado por si se había perdido algo.
– Que me voy a cambiar de ropa. Nos vamos.
– ¿Así? ¿Sin discutir más?
– Claro. Ve al patio de butacas y espérame, que me cambio y me despido de Peter.
– Pues vale. – Dijo extrañado cerrando la puerta tras de sí.
De camino a donde estaba todo el mundo se encontró al anfitrión.
– ¿Ha ido bien?
– Parece que sí. Quiere despedirse de ti.
– ¿Despedirse?
– Llama a la puerta antes de entrar, que se estará cambiando.
– Bien. Te haré caso.
Supongo que estaréis pensando que esta historia se está cerrando en falso, ¿no?
Desde la entrada de los camerinos Peter hizo una mueca a uno de sus hombres que a su vez miró al camarero y a una dama muy elegante que dejó su posición perenne en la barra y fue directa hacia Jonas.
– Hola. Soy Angie. ¿Cómo te llamas?
– Lo siento chica, estoy esperando a una amiga y nos vamos.
– Oh, no. – Replicó con cara de pena. – Esperaba que aceptases tomarte un par de copas de licor conmigo.
– Bueno. Sólo hasta que venga mi novia.
– ¡Ah! ¿Tienes novia?
– Sí, la tengo, aunque no quiera reconocerlo. Es muy guapa, tiene los ojos marrones, el pelo rizado, es muy inteligente, un poco más alta que yo y se llama Helen; Helen Turner.
– Ah; qué interesante – Murmuró mirando confundida al camarero que, ignorando la señal inundó un vaso con lo más fuerte que tenía en la bodega.
El escenario se iluminó y la atención de todos se fijó en el joven anfitrión que se puso en el centro y saludó mientras buscaba por detrás un micrófono entre aplausos.
– Bienvenidos todos a esta fiesta loca; espero que os lo estéis pasando genial.
La ovación sirvió de respuesta y sonrió.
– Bill, deja algo de ron en la estantería, ¿eh pillín?, que te estoy viendo.
Hubo risas.
– Tenía planeado contaros una gran noticia esta noche, de esas que te cambian la vida. No estaba totalmente seguro de poder hacerlo y, bueno, reconozco que he pasado un poco de nervios, pero ahora puedo respirar aliviado. Primero, porque ya es casi oficial, y segundo porque ya me conocéis y sabéis que concedo mucha más importancia a los hechos que a las palabras vacías. Para compartir con todos vosotros esta gran primicia me he tomado la libertad de esbozar una pequeña obra de teatro a medias planeada e improvisada en la otra mitad, pero como ya me tenéis muy visto y además no quiero hacer un monólogo, os presentaré a quien me va a ayudar con esta representación. Con vosotros la maravillosa ¡Helen Turner!
– Esa es, es la chica de quien te hablé: Mi novia – Susurró amodorrado Jonas a su falsa acompañante, que apenas le prestaba atención.
La chica de ojos marrones, pelo rizado, inteligente y ligeramente alta Helen apareció en escena descalza, pero ataviada con un vistoso y exuberante abrigo de pieles blanco.
– ¿No es adorable? – Se preguntó mientras aplaudían.
– Muchas gracias, Peter. Gracias a todos; me siento muy feliz de compartir con este público tan entregado este escenario; al pisar este edificio ni se me pasaba por la cabeza cómo transcurriría la velada y ahora que me voy haciendo una idea… ¡puaf!
– Dime. ¿No tienes calor con los focos y ese pedazo de abrigo?
– Un poco.
– Pues quítatelo. – Replicó jaleando al público para que le animara a hacerlo.
– Me da un poco de vergüenza – Reconoció.
– ¿Habéis venido obligados? – Preguntó Peter a la sala.
– ¡Nooo!
– ¿Estáis aquí porque queréis?
– ¡Siiii!
– ¿Queréis que Helen se quite el abrigo?
– ¡Siiiii!
– ¡Siii! – Gritaba también Jonas con un hilo de voz presintiendo la sorpresa que se iban a llevar.
Pero como imaginaréis, la sorpresa fue toda suya; bueno, casi toda suya y en buena parte del público, pues bajo el abrigo Helen llevaba la misma malla casi transparente que le había causado la discusión. De no haberse dejado llevar por la ira habría razonado un poco y, de hacerlo, comprendería que era imposible encontrar un tejido elástico y fino como aquel en un vestidor enmohecido abarrotado de prendas de más de ochenta años de antigüedad.
– Eres hermosa, Helen. Tus brazos, lisos de mujer, tu cintura, de curvas indescriptibles, tu regazo, apenas cubierto por un tejido que nos ha dado permiso para saber el sentido de tus curvas, tus piernas, largas, perfectas, dignas de toda la lujuria que sentimos al verte, son ahora los tesoros que has querido compartir con nosotros.
– Contigo.
– ¿Perdón?
– Que estoy dispuesta a compartir todo esto contigo.
– ¡No puede ser! – Se lamentó Jonas en un vano esfuerzo por incorporarse.
Hasta el grito más agudo en la mente del herido pretendiente sonaba como un susurro que, por supuesto, ignoró Helen sin interrumpir el discurso.
– Estoy dispuesta a dar esta noche todo lo que buscas y más, pero no será gratis.
– ¿Qué quieres a cambio? ¿Un mundo, un país, una ciudad, un barrio, una casa…?
– Que te quites la camisa.
– ¿Cómo?
– Quiero que te quites la camisa y dejes que las chicas disfrutemos de esos músculos que seguro que tienes.
– ¡Siii! ¡Que se la quite! – Gritaron las féminas en un coro estridente.
No tuvieron que insistir más de un minuto, decorando luego con aplausos las evoluciones del torso masculino que tenían delante. Helen, atraída por lo que veían sus ojos y excitada sabiéndose la más cercana al guapo joven, mantuvo la calma aplaudiendo en silencio y dejando a las demás las procacidades que el alcohol suele permitir a las lenguas liberadas de la carga de la moral.
– ¿Alguna vez has saltado al agua desde un trampolín? – Dijo ella retomando el diálogo, pero saliéndose del guion.
– ¿A qué viene esa pregunta ahora? Claro que he saltado; cientos de veces.
– ¿Recuerdas la sensación de la caída?
– Demonios, sí, el agua suele estar muy fría.
– No. No me refiero al chapuzón, sino justamente antes, cuando ya te has tirado y no hay vuelta atrás. Son apenas unos segundos en que te vuelves loca porque tú has querido hacerlo, pero no estás segura de estar preparada para asumir algo que, sin embargo, es ya inevitable.
– Creo que sé de lo que hablas.
– Veros a todos ahí tan elegantes, con tanto estilo, es casi como estar en lo alto del trampolín. Vestidos largos, modelos ceñidos, brillos de lentejuela, terciopelos… y mientras tanto comparto con vosotros la velada desde el escenario medio desnuda, consciente de que cuando nos crucemos por los pasillos, cuando nos veamos en la cafetería, seguiréis siendo vosotras y yo seré aquella loca que tanto os dio que hablar. ¿Y sabéis qué? Que me excita sólo pensarlo.
Helen se aproximó al borde del escenario como si fuese a saltar hacia el patio de butacas ahora lleno de seres humanos expectantes y silenciosos que tenían fijas sus miradas en su cuerpo. Cerró los ojos, levantó la cabeza y los brazos, como encomendándose a un ser divino; al único ser que pudiera estar por encima de ella en ese justo momento, para mirarle de tú a tú, porque se había convertido en una diosa. La diosa del desconcierto, de la sorpresa, del escándalo…
Los brazos estirados se doblaron hacia atrás buscando cada mano la parte trasera del hombro contrario y unos pequeños salientes de la prenda que pasaron desapercibidos para casi todos; agarró con decisión los rebordes, tomó aire y…
…y tiró fuertemente de ellos hacia arriba levantando de nuevo los brazos y con ellos el accesorio que habían sujetado, llevando a remolque una larga fibra de nylon, invisible para el que no está al día del detalle, pero esencial para mantener la estabilidad de la prenda porque unían finamente las diferentes secciones de la malla que, libres de la influencia del hilo sustentador, se separaron en cinco partes y se desgajaron cayendo ingrávidos alrededor de su cuerpo, haciendo que en una última y suave caricia Helen quedase en paños menores.

Cuando se los quitó se aseguraba de eliminar cualquier competidor espontaneo entre el público

Hasta Peter, que conocía la peculiaridad de la prenda, tuvo que tragar saliva del deseo que sentía de poner sus manos en aquella piel lisa, que brillaba devolviendo parte de la intensa luz de los focos con un juego de sombras capaz de revelar más detalles de su anatomía de los que podrían percibirse a plena vista.
– Eres perfecta, Helen.
– Los pantalones.
– ¿Qué?
– Que quiero que te quites los pantalones.
– Pero.
No había mucha escapatoria; ni escapatoria ni excusa, ni ganas de permanecer con ellos puestos. Cuando se los quitó se aseguraba de eliminar cualquier competidor espontaneo entre el público, y no me refiero a Jonas, ya fuera de combate con la mirada fija y vidriosa de quien se resigna a compartir a la fuerza las imágenes que creía que le pertenecían en exclusiva. Y es que Helen tuvo miedo a la vergüenza justo en el momento de descubrirse, pero después adquirió toda la iniciativa que necesitaba y más.
– Debería sentirme inferior por estar así, pero apostaría a que soy la única que no se muere de calor en este momento. Llegados a este punto tengo que confesaros algo que ya me escandalizó sólo de escucharlo. ¿Sabéis qué me dijo Peter? Que no sería capaz de masturbarme desnuda delante de vuestras narices
No hubo respuesta verbal. Muchas mujeres asentían lentamente, otras permanecían inmóviles con sus parejas y algún gamberro negaba con la cara sonriendo pícaramente.
– Os voy a pedir que os quedéis donde estáis para no haceros daño, mientras los chicos del equipo apagáis las luces de la sala. ¿De acuerdo?
– No hablaba en serio, Helen. No sé qué te propones, pero no tienes por qué hacerlo. – Replicó Peter, un poco descolocado, pues no creía al principio que la muchacha pudiera cumplir con su palabra.
Las luces se fueron y se hizo el silencio. Un silencio tenso; el ambiente se podía cortar con un cuchillo. Por fin la protagonista de la velada empezó a hablar.
– Os tenéis que fiar de mí; me he quitado toda la ropa. Ahora que estoy totalmente desnuda os voy a contar algo que me pasó hace un par de años. Tenía un novio formal que se llamaba Ted Branson; el bueno de Ted no supo lo que era el sexo hasta que un día, para matar el tedio de la misma rutina de novios ñoños que llevábamos, me dio por ponerme traviesa. Fue como detonar una de esas bombas que se encuentran muchos años después de una gran guerra; ¿cómo fue mi primera vez? Bueno; pasable; no muy distinta a las vuestras, seguro. Nos acostamos; quiero decir que nos metíamos en la cama y explorábamos nuestros cuerpos, teníamos nuestros primeros orgasmos; supongo que esto tampoco es una novedad; después quisimos ir a más y, como no siempre podíamos estar solos cerca de una cama, lo probamos en el salón de casa, luego en el ascensor, en el rellano, en la cocina, a pocos metros de mis padres y en mil lugares distintos; de todos ellos el más increíble era la piscina pública. Sí, sí, la del barrio, en donde coinciden los vecinos, los amigos, los antiguos compañeros de colegio… Después de nadar un poco nos veníamos al centro de la piscina, Ted me tiraba un poco del traje de baño por entre las piernas, lo justo para colocarse por debajo y por el hueco me metía la polla. Saltaba en el agua, como los niños y los ancianos a nuestro alrededor, pero quien se hubiera fijado mejor se habría dado cuenta de que esos movimientos eran de todo menos inocentes. Cierta persona de la familia nos pilló y sin mediar palabra, fue a quejarse a mi padre. Como os podéis imaginar me echó una reprimenda y me castigó.
Hubo un silencio.
– Por puta. Es muy fuerte oír a un padre al que respetas esa palabra. Me llamó puta… Y esta noche otra persona a quien quería mucho pronunció esa palabra otra vez dirigiéndose a mí. En fin; comprendo que cuando queréis ofender buscáis las palabras más fuertes, pero al hacerlo molestaos en miraros antes el diccionario. ¿O es que nadie os ha dicho que las putas follan por dinero?
De nuevo se hizo el silencio.
– Habría sido más fácil llamarme pervertida, promiscua, calientapollas, ninfómana, cachonda o facilorra, pero puta…
Y calló.
– Volviendo a la triste realidad del pasado, mi padre me dio veinticuatro horas para buscar a Ted, romper con él, informarle de que ya no le volvería a dirigir la palabra y explicarle por qué. ¿Sabéis? Tengo muchos defectos, pero la falta de palabra no es uno de ellos. Me jodía muchísimo ese castigo tan desproporcionado, pero no por Ted, sino por la humillación que suponía tener que dejarle; por la razón del castigo en sí. Pero debía cumplir el castigo y como no era posible verlo más que al final de su entrenamiento diario de natación en la piscina cubierta fui hasta ahí a despedirme. Mientras lo veía en el agua nadando me vine abajo; no era justo; se me castigaba por algo que no había hecho y se me había insultado con una palabra que no me definía. Y entonces se me ocurrió que, si no podía convencer a mis seres queridos de que no era una puta, al menos podría honrar su testimonio encargándome de que tuvieran razón.
En la oscuridad Helen se incorporó y dio unos pasos por el escenario.
– Si me habían castigado por guarra es porque debía serlo, y si no lo fui antes, lo sería después… por eso me fui de las gradas directa al vestuario de señoras a esperar asomada al pasillo a que llegara de la piscina. Ted entrenaba en el último turno y, a esas horas apenas quedaban clientes; No tardé en quedarme sola donde estaba y pensé que lo más probable sería que hubiera ocurrido lo mismo en el de caballeros. Me quité la ropa; toda la ropa, me miré al espejo. Tengo buenas tetas, la piel muy suave; es genético, ¿sabéis? Apenas tengo vello; no necesito depilarme las piernas ni los brazos. Vaya; creo que me estoy distrayendo.
Otra vez se hizo el silencio, pero ahora fue más corto.
– Sentí pasos que se alejaban por el túnel de vestuarios. Si Ted no estaba solo, faltaría poco y me daba igual porque las putas no son tan remilgadas; quería plantarme delante de él para que me echara el polvo de despedida; luego le daría la noticia y terminaría la relación de una manera memorable, ¿no creéis? Tomé aire, me apoyé en la pared, como cuando vas a tomar impulso para nadar en una carrera y salí disparada al pasillo colándome en el otro vestuario sin mirar. Joder. Esperaba tener un encuentro íntimo en la zona pública y me di de cabeza con un pleno casi total en el vestuario de hombres. Conté cinco o seis, pero creo que había más. Teníais que verles las caras de sorpresa que se les quedaron al verme. Creo que todos se dieron cuenta al momento menos Ted, que estaba a sus cosas con el cuerpo enjabonado en la ducha común, casi tan grande como este escenario. Cuando por fin se enteró se quedó muy pillado, y más cuando le dije que había venido a follar con él. Y asustado me respondió lo típico: tía; estás loca, ¿cómo se te ocurre?, vete rápido de aquí antes de que llamen a la policía y algunas frases chungas más. Pero yo no me iba a marchar de ahí sin mi ración de lefa, de manera que si él no cooperaba sería muy fácil encontrar un sustituto. En fin. No sé a quién intento engañar ya. Podéis encender las luces.
Más allá de unos murmullos, no hubo más cambios.
– He dicho que encendáis las putas luces, ¡ya!
Y entonces alguien obedeció sus palabras inundando con un torrente de fotones el escenario. Los ojos de los atónitos invitados tardaban en acomodarse al nuevo nivel de luz, pero les podía más el ansia de contemplar con sus propios ojos cómo estaba Helen. Para decepción de casi todos, la muchacha seguía llevando la misma ropa interior de cuero de antes del apagón.
– Me he quedado con todos vosotros, ¿eh? – Dijo sonriendo.
– Ha sido una pasada de historia. – Se apresuró Peter en intervenir para apagar las brasas de semejante monólogo.
– Lo bonito de la imaginación es que puedes echarla a volar en cualquier momento. -Contestó ella alimentando la duda.
– ¿Es inventada?
– ¿Te refieres a lo que acabo de contar?
– Si, claro.
– Da igual.
– ¿Cómo que da igual? – Preguntó Peter extrañado.
– Claro. La imaginación es libre y la realidad terca. ¿Te habrías puesto menos cachondo de haber sabido que todo era inventado?
– No lo sé.
– ¿Ahora ya no estás tan seguro de que hubiera sido capaz de follarme a un tío en una ducha pública? – Preguntó ella desafiante con la lengua desatada.
– No he dicho eso.
– Miraos; sois vosotros los que dais pena. Hubierais deseado estar ahí, lo veo en vuestras caras, pero tenéis demasiado orgullo, mucha moral. Demasiados tabúes, pero he sido la única con las narices de quedarse en ropa interior.
– Perdona Helen. Yo también estoy en ropa interior.
La muchacha se incorporó del borde del escenario en que se había sentado y con un movimiento rápido se subió el sujetador de cuero dejando de sus pechos cayesen pesadamente liberados de presión, para lanzarlo al centro de la pista.
– ¿Te vale ahora? ¿Me ves las tetas? ¿Me veis bien las tetas todos? – Preguntó sujetándoselas con las manos encarándose con el público – Y si tengo los pezones de punta es porque estoy cachonda, muy cachonda.
– Me gustan tus tetas. – Le espetó Peter marcando la distancia con los demás.
– ¿Ah sí?, y ya que eres tan valiente para decírmelo, ¿por qué no te quitas esos calzoncillos? ¡Venga, fiera! ¡Enséñanos lo que tienes entre las piernas a todas!
– ¿Aquí? ¿Ahora? – Preguntó contrariado; era evidente que ya no había nada del guion.
– Sí. ¿Qué te pasa? ¿Creías que no sería capaz de desnudarme? ¿Y vosotras? ¿De verdad que os queréis quedar sin verle la polla?
La mayoría de las chicas reaccionaron movidas por las palabras de Helen, pues no estaban dispuestas a pasar por alto el espectáculo que podía ser Peter desnudo.
– No es justo – Se defendió – si me quito el calzón seré el único que se ha desnudado completamente y soy yo quien da la fiesta.
– Si te quitas el calzón me desnudaré para vosotros.
Tras la historia subida de tono a oscuras, Peter estaba convencido de que Helen mentía, pero también consideraba que estaba bien dotado y, ¿para qué negarlo?, se moría de ganas de enseñar a todas las chicas sus atributos. Por eso apenas protestó, se bajó la prenda y la tiró al público mostrándoles el pene erecto. Al verlo, Helen se aproximó a donde estaba con la clara intención de tocárselo, pero el chico la frenó en el último momento.
– ¿Adonde crees que vas? Ya he cumplido. Cumple tú. – Le dijo en bajo.
Sin replicar, le cogió las manos con las suyas, las plantó en sus caderas dejando que acariciase el lateral del culo con los dedos y, mirando fijamente a sus ojos le retó a que fuese quien le bajara las bragas de cuero. Él, totalmente resuelto inició el descenso pensando en parar si ella le hacía una mínima mueca; pero no era el caso. Lo que Helen quería era que se las bajase lentamente, y que antes se extasiara contemplando la pequeña mata de vello púbico que apareció bajo el ombligo, en el camino descendente que finalizó en la vulva, para dejarlas caer desplomadas deslizando en los carriles de las piernas. Por si hubiera tenido la tentación de recurrir a ellas echó atrás uno de los pies y con el otro las propinó una patada, lanzándoselas al público. Cualquier otra habría pedido a los operadores de escena que volviesen a apagar las luces o acudiría a cubrirse con el abrigo de pieles, desparramado no muy lejos de donde se encontraba; en el último recurso se habría ayudado de las manos para tapar lo que pudiera entre las piernas. Helen no era así. Se acercó al público exhibiendo su cuerpo totalmente desnudo y dando un par de giros sobre sí misma con las piernas suficientemente separadas para que se la pudiera ver desde cualquier ángulo y después fue a sentarse al borde del escenario, donde antes hablaba a escasos metros de las cabezas de los espectadores de las primeras filas.

Pero el público seguía pidiendo sexo en vivo; sexo salvaje en público.
Aprovechando que lo tenía al lado lo besó en la boca abrazándolo de forma que cuando le devolvía el abrazo, su pene descontrolado fue a parar a algún lugar entre sus vientres

Con el culo apoyado en las tablas se echó ligeramente hacia la espalda, se abrió de piernas y se masturbó con los dedos hendidos y empapados de flujos vaginales. Alguien del público tuvo la ocurrencia de iniciar un aplauso que fue seguido por otros hasta que todo el auditorio despegó una ovación que no hizo sino intensificar los movimientos masturbatorios.
Después Helen hizo un gesto de agotamiento, se incorporó, tomó el micrófono y recuperó la palabra ante el nuevamente enmudecido aforo.
– No sé cómo podíais haber dudado de mí. Aquella noche de la piscina, Ted sabía que no era capaz de exagerar ni mentir cuando hablo de sexo; nos metimos juntos bajo el aguacero de la ducha en una nube de vaho y rodeados de extraños desnudos me agarró del culo, me lamió las tetas y me metió la polla una y otra vez mientras los demás miraban. Algunos se masturbaron salpicándome de lefa al verme follando con Ted. ¿Y tú? – Preguntó dirigiéndose a Peter.
– ¿Yo?
– Sí, tú. ¿Querrías follarte a Helen Turner delante de estos amigos?
De estar en silencio, el público reaccionó imaginando la escena y luego se encendió atizando el ánimo y jaleándolos.
– ¡Que se la folle!, ¡Que se la folle! – Repetían en coro.
Ella sonreía complacida pues tenía más atención y comprensión de las que había esperado encontrar.
– Tal vez después. ¿No? – Preguntó él hablándole al oído.
Pero el público seguía pidiendo sexo en vivo; sexo salvaje en público.
Aprovechando que lo tenía al lado lo besó en la boca abrazándolo de forma que cuando le devolvía el abrazo, su pene descontrolado fue a parar a algún lugar entre sus vientres. Después de besarse le hizo la misma oferta mímicamente. Como no se decidía, se agachó rápida, agarrando la polla y llevándosela a la boca, metiéndosela hasta la garganta al tiempo que con los movimientos de la cabeza simulaba un coito. Peter, visiblemente fuera de sí, se movía adelante y atrás al mismo ritmo, tan excitado y consciente de que tendría un orgasmo que avisó a la muchacha con la cara de lo que estaba a punto de ocurrir. Ella no sólo no se apartó, sino que intensificó los movimientos. Entonces el hombre se corrió inundando su boca de semen hirviente y viscoso hasta casi ahogarla. Como no podía beber todo lo que salía de él, terminó de masturbarle duchándose los pechos con su lefa. Lo había dejado fuera de combate, pero, aparte del hilillo de semen que le goteaba de los labios, estaba entera. Se relamió encarándose con el público y abriéndose de piernas hacia ellos. Mientras lo hacía, Peter, que había recuperado la erección en apenas segundos, se acercó por detrás a ella, rodeó la cintura con sus brazos musculosos y puso su pene entre los labios de la vagina frente al público. Notando su contacto, pero extrañada por no atacar, Helen volvió su cara hacia él. Peter buscaba una confirmación. Al recibirla penetró el coño arrancándole un potente gemido de placer que silenció al juerguista aforo. Asiéndola por las caderas volvió a penetrarla con furia, con violencia, con la fuerza animal de quien reivindica su posesión. La muchacha sentía cada penetración y la disfrutaba sin cortarse y sin parar de gemir pidiendo más, deseando que no fuera la última, incluso aunque la naturaleza se encargara de dar el resto.
Peter ya no iba a parar de penetrar a Helen. Era el polvo más salvaje que había echado en toda su vida, sin condón, sin miedo, sin una razón para no terminar. Los movimientos se hicieron rítmicos nuevamente, fuertes, impulsivos, demoledores. La polla entraba y salía de entre sus piernas como un émbolo en un cilindro que encaja a la perfección. En cada envite los pechos de la muchacha se agitaban con violencia derramando gotas de sudor, de semen de la mamada y de líquido vaginal.
Helen abrió los ojos como si el tiempo se hubiera parado a su alrededor. La polla que tenía alojada en sus entrañas escupió un potente chorro de líquido caliente que la inundó por dentro haciéndole saber que por segunda vez en su vida un hombre se corría en su coño a la vista de un montón de extraños. Una penetración más, luego otra y por fin el cerebro fue capaz de activar esa zona que debe regular la cordura, como un computador que por fin arranca tras haber bombardeado el botón de reinicio.

Luego, levantó las manos mirando hacia el público, como si fuera un boxeador que ha ganado un combate, recibiendo una lluvia de aplausos por macho, por follarse a la hembra provocadora.

Y volviendo en sí se vio empapada de sudor, desnuda, con la polla de Peter entre las piernas, dentro del coño. Él todavía le agarraba el culo con las manos como si fuera un balón de playa; le hacía daño. Había sido mucho más de lo que esperaba, se quedó sin energía y se desplomó. Como quiera que iba a caer hacia adelante, el musculoso tío que acababa de tirársela sujetó su cuerpo depositándolo suavemente con las pieles del abrigo como almohada. Luego, levantó las manos mirando hacia el público, como si fuera un boxeador que ha ganado un combate, recibiendo una lluvia de aplausos por macho, por follarse a la hembra provocadora. Y ella, que no paraba de preguntarse por qué lo había vuelto a hacer, sentía una mezcla de arrepentimiento y también de satisfacción. ¿Qué era lo que le llevaba a perder el control de esta manera?
Algo parecido pensaba Jonas que, ya libre de la atención de la guapa putita barata que lo había retenido, decidió deslizarse por entre las sombras y salir furtivamente de la sala de fiestas perdiéndose entre las callejuelas de un barrio humilde que amaneció inconsciente de todo lo que había ocurrido en su corazón.
Sólo dos días después Helen regresaba a la escuela, instalada en la misma rutina de siempre, salvo por la ausencia de Jonas, ajeno a la vida social como un desterrado; una rata de biblioteca incapaz de permanecer a menos de tres metros de otro ser vivo, castigándose en cada ocasión por no haber cumplido ninguno de sus vaticinios acerca de su excompañera.
Camisa de color claro, vaqueros azules, unos zapatos sencillos, los pelos siempre rizados y rebeldes, sentada en la sala de estudio o atendiendo en el aula, su vida no había experimentado ningún cambio más allá de algún rumor sordo que se desvanecía en cuanto se aproximaba al osado cotilla o las fotos pornográficas que iban de mano en mano ya por tradición, como un material de estudios más, de disco en disco, de mente en mente y de sueño en sueño, porque absolutamente todos los hombres sanos ¡e incluso alguna mujer!, se habían masturbado en la intimidad de su anonimato amando a Helen como hubieran querido hacer esa noche memorable de la que nadie se atrevía a hablar.
No os equivoquéis; podríais creer que, porque una mujer sea tan ninfómana como para dejarse follar en una fiesta, también será fácil de someter y es justamente al revés. Antes de penetrar a Helen, Peter era un macho triunfador y afortunado con iniciativa. Tras la fiesta cayó en desgracia; no sé exactamente por qué, pero lo imagino.
Si conoces a Helen y tienes la suerte de no haber leído este relato conocerás a una mujer increíble con la que podrás vivir muchos años de felicidad, pero si te han contado esta historia sabrás también que los seres superiores son en realidad personas normales con el don de forzar la realidad a placer mientras los demás intentan resignarse a la suya, bailando a su ritmo si tienen suerte. Es inútil competir con ellos y menos aún imponerles tu voluntad, por muy superior que te creas cuando estás solo y tengas su foto desnuda en el fondo de pantalla de tu escritorio.
Y poco más tengo que añadir.

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